La dorada veleta de un soñador

 Nueva magia para Cartagena de Indias tras la restauración de la veleta de bronce que corona la Torre del reloj.

Fotografía: María Paulina Lleras

La magia del primer trimestre del año está en que por un momento la mayoría jubila la queja y cree en los nuevos rumbos. Vocación que por suerte sobrevive más allá de esos días iniciáticos en el corazón de unos pocos: esos individuos que creen en los imposibles y que con cada paso -aún al atisbo de decepciones- se sienten más cerca de la ventura, clase humana cuya sensibilidad admiro porque es la madre de las más poéticas hazañas: los soñadores.

Seres que nacieron para interrogar el mundo con la fuerza del amor al paso y el ímpetu del paso del amor, observando con curiosidad infante cada fragmento del camino como si en él no hubiesen nacido y no pudieran contar a ciegas y de memoria cada grieta que hay bajo sus pies.

Imaginaciones que bocetan con rapidez en cualquier esquina su propia utopía, confiando que el curso de los vientos, aún cuando toque esperar años, darán por realidad su idea.

Ideales tan diversos como hay vocaciones, tal cual la estampa turca de Getsemaní que me mira justo antes de atravesar la avenida Venezuela, tras ganar en cuatro zancadas el Camellón de los Mártires para contarme aquello que el nuevo dorado en la punta de la Torre del Reloj ya me ha dicho, pero, que solo en la emoción de su expresión termina de narrarse, tras las décadas de vida que ha pasado la boca del puente con la mirada del anhelo que hoy es certeza.

Fotografía: María Paulina Lleras

Archivo Grupo Conservar

¡Tenemos veleta! Gritó. Sin importarle si alguien entendía. ¡Tenemos veleta! Rezó, como el salmo que corrobora el milagro, ¡Tenemos veleta! Exhaló, como la primera bocanada de aire de un proyecto de ahogado. Lo dijo y lo repitió para convencerse de que después de tantos años había logrado para la ciudad de sus amores el movimiento de la veleta que le indique nuevos y más amables destinos.


Coronando la turísticamente iconográfica Torre del reloj de Cartagena de Indias, desde 1986 hay una veleta de bronce cuyo papel durante todos estos años ha sido meramente ornamental, dado que nunca ha cumplido el papel de indicar hacia donde van los vientos -asunto de suma importancia en una ciudad de mar- . Anquilosada condición que al restaurador cartagenero Salim Osta Lefranc se le convirtió en obsesión, no tanto por lo práctico como por lo simbólico; pues si bien es cierto que a estas alturas se cuentan con muchos otros recursos para conocer la dirección de los vientos, se necesita más de un ritual para creer en los cambios socio políticos que con urgencia reclama una ciudad saqueada, lacerada y descuidada a niveles cada vez más alarmantes.


Archivo Grupo Conservar

Hace unos meses tras restaurar la mecánica del viejo reloj quiso alcanzar por el interior la veleta, y esta, sentada en su pesada e inmóvil condición se negaba a otros rumbos -casi un retrato de la ciudad-, un reto enorme para un hombre como Salim por fortuna, fracaso y olvido para muchos otros seguramente. Los días pasaron y la colosal grúa estuvo disponible… Sus empleados lo miraron con sorna ¿Para qué eso “patro”? -le dijeron- a todos les parecía un despropósito semejante logística para lustrar, dorar y darle movimiento a ese pedazo de metal al que nadie le prestaba atención. Pero así es un soñador, arrea unicornios para dar una respuesta satisfactoria a la más hambrienta de las bestias: su corazón.


La tuvo en las manos y sintió la veracidad de todos los cuentos de hadas, limpió su mecanismo, le insufló el movimiento y con ello le pareció estar jugando a Merlín. Sonrió y volvió a pensar en los soñados caminos para esta ciudad heroica, le confió sus deseos a la veleta restaurada y la entregó. Las manos del cómplice  -Manuel Acosta del Grupo Conservar-  la regresaron a su trono, dándole movimiento a lo que antes estaba quieto y sobre todo, con el fin de recordarle a cada transeúnte -externo y local- los nuevos rumbos que este terruño reclama, lejos de los verdugos que se atreven a llamarla suya, queriendo alejarla del destino dorado que se le debe, y que  con certeza se logrará, porque ya existe en la cabeza de muchos hombres y mujeres que tienen pintados en los ojos ese pródigo futuro, ese que hoy nos indica la dorada veleta de un soñador.

 

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