El alma de Macondo tiene sabor a Sincé


POR: María del Pilar Rodríguez
Investigadora y escritora Ruta Macondo Colombia

Una aproximación emocional a la experiencia de explorar Sincé Sucre.

Sincé vista desde la casa del balcón corrido.
Sucre me salvó la vida. Una verdad inmensamente poderosa en mi existencia, sobre la que sin embargo, solo tuve claridad geográfica hace unas pocas semanas… Nací la noche del 14 de noviembre de 1980 en la Clínica La Asunción de la ciudad de Barranquilla, de una bella y joven barranquillera llamada Nancy Saumet Aguilar y un español entrado en años llamado Gustavo Adolfo Rodríguez Rodríguez. Pareja que tenía entre sus amigos más cercanos al médico pediatra Carlos Guerra Ramos, un hombre de dulzura natural y sonrisa fácil, que más allá de recibirme, evitar que me ahogara tras mi nacimiento y ponerme en una incubadora, tuvo durante mis primeros años como política, dejar vía telefónica en mi casa descrita su agenda, con horarios y números de teléfono para que, ante cualquier malestar, lo llamaran enseguida, lo que por cierto -según sé- sucedió más de una vez…

Carlos Guerra Ramos es en mi memoria una mirada juguetona y la colombina que me daba siempre después de medirme, pesarme e inspeccionarme la cabeza con particular atención, para luego reírse y soltarme la frase que siempre dijo cada vez que me veía -incluso la última vez que lo vi cuando yo tenía 15 años-: ¡Es increíble! Increíble porque tragué líquido amniótico al nacer, porque vine al mundo sin pelo, ni uñas, porque mi cabeza siempre le pareció peligrosamente grande, increíble porque terminé creciendo más rápido y por encima de los niños de mi edad y sobre todo  porque viendo a mi papá un día llegó a la tranquilizadora conclusión de que no había ninguna afección en mi cabeza: ¡simplemente soy cabezona!

Mi bautizo. De derecha a izquierda: Carlos Guerra Ramos, Mari Gloria Sánz
de Guerra, mi padre, Pila Ángel Guerra, mi madrina Gloria María Sanz, el padre
mi hermano y padrino Gustavo Rodríguez, mi mamá y yo, mis primas, mi abuelita
Lola Aguilar de Saumet y mi prima María Eugenia Moré
Mi padre murió cuando yo era muy chica y Carlos -creo que como una especie de tributo- jamás aceptó en adelante que se le pagara una consulta para mí y como si fuera poco, su hija -mi hada madrina certificada en pila bautismal- Gloría María Guerra Sanz más de una vez se las ha arreglado para convertirme la calabaza en carroza, tal cual lo hizo el día que supo que iba rumbo a Sincé, al contarme que justamente en ese lugar había nacido su padre. Quizá porque como me ha enseñado este oficio de investigar la vida y obra de García Márquez: magia llama magia.

Hechos como nacidos de las entrañas del más versado Druida, tal cual los que me hicieron que anhelara conocer Sincé… Explorar la tierra que aman desde la infancia la señora Aida y la señora Margot García Márquez -o Añía como me enseñó a decirle-, comprender profundamente ese pedazo de Sucre que dio a luz a Gabriel Eligio García Martínez, un violinista, telegrafista, poeta irredento, escribano de amores, emprendedor de sueños, homeópata autodidacta, narrador nato, periodista a ratos y padre de 16 hijos, entre los cuales se encuentran dos Gabriel escritores -al principio y al final de su estirpe-, uno de ellos destinado a cambiar la historia de la literatura universal…

Con Carlos Martínez Simahán.
Fotografía: Olga Lucía Jordán
Y como siempre me sucede por fortuna, esta idea también encontró su adalid, uno de esos que mandado a hacer no hubiese quedado mejor… Un ser que tras haber obviado durante décadas en la escena pública un particular dato de su genealogía: es primo hermano de García Márquez, hoy se da a la tarea de visibilizar a Sincé y a Sucre- Sucre en el universo de los lectores de su primo, en el mundo. Hijo de Hermógenes Sol,  conocido como “Hombre providencial” en Vivir para contarla, - por ser hermano de Gabriel Eligio que recibió a la cuantiosa prole en los años cincuenta en Cartagena de Indias en una casa que había arrendado en el Pie de la Popa-, es un sucreño de carta cabal, ataviado con el lino de los hombres caribes de elegancia clásica y el ímpetu de los que están acostumbrados a hacer sus ideas realidad, hoy, tras ser ministro, gobernador, senador y embajador, ejerciendo el oficio que más le emociona el alma: el de impulsar la cultura de su región a escala global. 

Es así como después de haber logrado que los cuadros vivos de Galeras se convirtieran en atractivo y patrimonio nacional, se da a la tarea de incluir al departamento de Sucre en el proyecto turístico nacional Ruta Macondo, para que los pasos de su consanguíneo escritor en estas tierras sean navegados por propios y extraños. Cometido que por fortuna hoy, cuenta con un nuevo y emocionado apoyo del primer gobernador nacido en Sucre -es importante recordar que es un departamento que hasta 1966 perteneció a Bolívar- Héctor Olimpo Espinosa y su esposa Marianella, dos jóvenes que saben que la cultura y el turismo son un polo de desarrollo muy poderoso, teniendo por demás en materia literaria su departamento un gran tesoro.

Un territorio donde la extravagancia es peste y normalizarla ley. Un mundo cuyas puertas Carlos Martínez ha procurado abrirme de par en par, en particular impulsándome a tejer valiosos lazos con seres que no me hubiese alcanzado a imaginar como el profesor Elmer de la Ossa, un veterinario que ama la literatura e Isidro Álvarez un investigador nato con fuerza vital de huracán, personajes que se han dedicado ha esto de desentrañar las huellas de Gabito en territorio sucreño, en Sincé y Sucre-Sucre respectivamente. 

Abrazada por el tigre y por Elmer de la Ossa
en la Casa Cultural de Sincé
El umbral de la casa del color inocencia, se anunciaba desde el jardín como una extraordinaria colección de maravillas. Hugo Sierra nos dio la bienvenida y como flores que nacen al mínimo paso, de un lado y de otro iban apareciendo historias en los sinuosos caminos de la Casa Cultural de Sincé, un bello espacio donde se presentan los orgullos del municipio: el clarinete con el que se compuso la pollera colorá, la genealogía sinceana de Gabriel García Márquez, las notas del insigne músico Adolfo Mejía, los logros de Leonor Espinosa, entre otra pléyade de emocionantes personajes que se exaltan aquí con la misma creativa naturaleza del mito del tigre que terminó emergiendo de la exhibición para abrazarme… Porque si algo hay que tener claro de ese terruño es que aquí la sorpresa es junto a la Parpichuela, la bolita de leche y el Mollete, pan de cada día.

Con el Gobernador de Sucre Héctor Olimpo Espinosa
(a mi izquierda) y una pléyade de soñadores 
en la Casa Cultural de Sincé.
Sincé es un municipio que abraza, abraza con un sentido particular de la realidad, donde lo cotidiano se interpreta a través de lo fantástico y lo fantástico se ve como cotidiano… Solo bastan un par de conversaciones para comprender que la naturalización de lo inverosímil es parte de la forma de ser de los nacidos por estas tierras. Particular condición que a través no solo de la sangre si no de la vivencia parece haber sido inoculada al escritor que, no por falta de amor, si no por exceso de gloria, terminó haciendo que el mundo identificara a su padre como el “Telegrafista de Aracataca” -realmente nacido en Sincé- haciendo un poco a un lado a este particular municipio del departamento de Sucre, entre los que hicieron posible Macondo, más que como un pueblo imaginario, como una forma de ver el mundo.

En las esquinas -como pensados para una gran obra teatral- se recitan epopeyas fantásticas que bien hubiesen podido ser emprendidas naturalmente por cualquier José Arcadio, o Aureliano, al punto que hay quienes afirman que por aquí nació el verdadero Melquíades, apartando truenos con la mano y haciendo que micos trabajaran a su servicio en el campo. Historias que en mis renglones palidecen pero que en la voz del profesor Elmer de la Ossa se me revelaron como una verdad irrefutable, porque lo mejor que tiene un idealista es la certeza y el profesor de la Ossa tiene una a prueba de todo.

En la casa del balcón corrido con Frank Acuña
y Alberto Osorio
Y de pronto, como por artilugio de Melquíades se materializó un amigo imaginario -de esos que uno de se gana por internet a punta de hacer publicaciones como esta- Frank Acuña Castellar, un investigador de varios temas -entre ellos García Márquez- que había llegado desde Sincelejo a confirmarme que no solo no era producto de mi imaginación, si no que lo que me faltaba era imaginar lo que venía.

El sol peinaba la plaza con la elegante delicadeza de una madre a su hija, solo restaban un par de zancadas para verla, para darme el encuentro con la famosa casa del balcón corrido, en el instante que el mensaje llegó… Estábamos Carlos Martínez, Frank Acuña, Hugo Sierra, Iván Arrázola, Alberto Osorio, Elmer de la Ossa y yo, cuando lo que había sido pensado como una mentira durante décadas, se volvió una irrefutable verdad…

Gabriel García Márquez, Carlos Guerra
Ramos y Mayito Ramos en Castengaldofo
Italia en 1955.
Archivo: Familia Guerra Sanz
El mensaje a mi teléfono era una imagen, una fotografía tomada en Castengandolfo Italia en 1955, la enviaba Carlos Guerra Sanz -hermano de mi madrina- en ella aparecían: Gabriel García Márquez, Carlos Guerra Ramos y la señora Mayito Ramos (tía de Carlos Guerra), que hasta su muerte y sin lograr que le creyeran, había asegurado que Gabito le había tocado el hombro en una plaza en Italia. Anécdota que parecía suficiente para la estupefacción hasta que entró el texto que aclaraba además, que Ruth Ramos -una sobrina de esa señora- era la actual dueña de la casa del balcón corrido, esa misma casa centenaria de madera cuyas puertas -en ese preciso instante- nos abría Hugo Sierra, en ausencia de la propietaria viajera, miembro del linaje que me salvó la vida.

Gané el umbral escoltada por la pléyade de soñadores que toda Alicia necesita en el Sincé de las maravillas, explorando a mis anchas entre habitaciones gigantes y techos de altura caribe que me llevaron a un segundo piso donde imaginar revoloteando a la prole de Luisa Santiaga y Gabriel Eligio no cuesta ningún esfuerzo, como tampoco es difícil aceptar que las palabras de Gabito se quedaron cortas al describir la belleza de este sitio. Uno, que es tabla a tabla la prueba material fehaciente del principal oficio de su padre el telegrafista: soñador.

Al borde de la plaza central, la casa se sigue imponiendo como una de las más bellas y frescas del municipio, un lugar antagónico a un hombre que en la mayor parte de las veces tuvo poca suerte en los
De izquierda a derecha: Hugo Sierra, Iván Arrázola, Frank Acuña,
Carlos Martínez, el alcalde de Sincé Luis Miguel Acosta
, Hugo Osorio y Elmer de la Ossa.
negocios, pero a la altura de uno que siempre quiso lo mejor para los suyos, un padre de esos que se recorren la provincia entera en busca de oportunidades y luce con orgullo hasta el último día el traje de lino azul que en 1948 su hijo Gabito y su hijo Luis Enrique le trajeron de Bogotá.

Sucre es un departamento que depara un sinfín de sorpresas para la literatura hispano parlante y sus lectores, un escenario que se debate entre la realidad de Crónica de una muerte anunciada, el origen del negro Palencia y Adolfo Gómez Támara -amigos y protectores de García Márquez en su juventud en Bogotá y Zipaquirá-, entre otros valiosos temas en la vida del escritor Cataquero.

Sincé son paseos por la Plaza de la Cruz que atravesaba Gabito de la mano de su padre en 1937 de camino al salón de clase del maestro Luis Gabriel Mesa, donde según cuenta Elmer de la Ossa en su obra: “Orígenes ignorados de Macondo” el niño tuvo el primer encuentro con las mil y una noches y una muy especial manera de pensar.

La plaza de la cruz
Tejido de nostalgia y respeto memorioso de quienes están enamorados de lo propio. Sincé es un bosque de anécdotas donde se come el fruto de la fantasía a diario, y con la misma tranquilidad que se toma un vaso de horchata con un pedazo de bollo de plátano. Un abanico de caminos entre la realidad y la magia que confirman que, si Macondo es un estado del alma, esa alma tiene en mucho sabor a Sincé.

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