Todos somos hijos de las hijas del agua
Por:
María del Pilar Rodríguez
Curadora
de arte / Escritora
Twitter
e Instagram: @mapyrosa
“Lo que importa, lo
realmente valioso, lo que le da sentido a la vida, no es lo que puede ser visto
y medido, sino lo que existe en el reino del alma, una dimensión abstracta de
significado.”
Wade Davis
La vocación es superior a sus voluntades. Se hicieron una sola mirada. Sus voces adquirieron un ritmo muy similar en el discurso, sus caminos se unieron como por suerte de un sortilegio para indagar sobre la raigambre de su alma. Él con una cámara y ella con un lápiz dispusieron su ser a una larga expedición. A gestar un ritual, a parir una ofrenda…
El
arte es la creación humana mediante la cual se puede con mayor facilidad llevar
un mensaje, abrir una puerta, gritar una verdad. Fenómeno al que no se escapa
Hijas del Agua, el proyecto artístico más reciente de Ana González y Ruven
Afanador. Propuesta con rigor técnico y un claro mensaje alrededor de la
diversidad, el auto reconocimiento social y un concepto incluyente de nación.
Diversidad
es un término sumamente popular por estos días ¿pero realmente sabemos el
significado étnico que eso tiene en un territorio tan policromo como Colombia?
Creo que en el mayor de los casos la respuesta es negativa, en tanto hemos
malentendido el progreso como todo aquello que nos aleja de lo ancestral, de
las raíces, entre ellas lo indígena; siendo que es justamente lo contrario:
solo seremos capaces de consolidar una nación ideal, el día que nos conozcamos,
reconozcamos y exaltemos desde el origen en nuestra extraordinaria diversidad.
Ejercicio socio – cultural que es justamente el que hace emerger Hijas del
Agua.
Él
bajo la misma fórmula con la que ha configurado su obra fotográfica: respeto,
observación, empatía emocional y disparo; ella: escudriñando y registrando cada
mostacilla de existencia, porque su trasegar le ha enseñado que lo aparentemente
mínimo es capaz de revelar lo profundo.
Con
la inocencia ansiosa del explorador en ciernes, la curiosidad del estudioso
científico y el impulso de los sueños más preciados, Ana González y Ruven
Afanador se entregaron hace cuatro años a la realización de este proyecto
artístico al alimón en busca de retratar una memoria estética del tuétano
ancestral colombiano, llegando a 26 culturas indígenas en los parajes más
alejados de los centros urbanos, justo, donde por encima de los intereses
industriales y comerciales contemporáneos, pervive lo esencial.
Propuesta
de carácter híper moderno que nos ofrece un viaje por un capítulo patrimonial
de la historia viva de Colombia, nacido de imágenes fotográficas que nos
conectan por un lado con Martin Chambi[1]
-primer fotógrafo artístico latinoamericano-al tiempo que guarda un símil con el
carácter que ofrecen las piezas sobre las Juchitecas de la fotógrafa mexicana
Graciela Iturbide[2].
Todo esto bajo el sello inconfundible de la estética de Afanador, con la
recurrencia de planos medios, altos contrastes, altivez en la expresión y
savoir faire andrógino.
Piezas
intervenidas por Ana González, que a veces nos hace pensar en los cuadernos de
la expedición botánica de José Celestino Mutis, a veces en los experimentos
cromáticos de Fernell Franco[3]
y la mayor de las veces en la urdimbre centenaria de los tejidos de nuestra
tierra. Ofreciendo un resultado visual que evoca propuestas como la de Peter
Beard -sobre todo en la paleta- los primeros experimentos
pictórico-fotográficos de Eugenio Recuenco -en los riesgos compositivos-, o
hasta la densidad conceptual de algunos apuntes de Barceló.
Pastiche-diálogo,
gestado gracias a la tecnología puesta al servicio del corazón. Ese músculo
sensible que, entre infinidad de pruebas y experimentos, les ha permitido
consolidar este proceso de creación nacido y nutrido gracias a la empatía y la
admiración mutua.
“Este
libro celebra los orígenes míticos. Cada obra de arte constituye una plegaria. Juntas,
despiertan los hitos místicos de la memoria que se remontan al amanecer de la
creación, a un momento cósmico en que las mujeres y el agua, como una sola
fuerza generadora, daban vida y fertilidad a un mundo caótico y desolado (…)” afirma
el antropólogo Wade Devis en el prólogo del libro que recopila esta obra, poniéndola
a la mano de los sentidos para recorrerla una y otra vez. Palabras que reconocen
la vocación femenina de esta propuesta. Hilo conductor que no solo apela a su contenido,
sino también a sus motivaciones más profundas…
Llegó
la primera prueba de impresión desde España y Ruven corrió con la ansiedad de
los logros de niñez a entregarle ese primer ejemplar a su madre. Aunque siempre
se ha cuidado de compartir con ella cada una de sus publicaciones, esta vez era
diferente. Este libro, cada una de las noches en hamaca, cada caminata, cada
picadura de mosquito, cada hora de asfixiante humedad valían la pena solo por
ese instante, en el que le hacía entrega a ella de la carta de amor más grande
que le han hecho en sus días, porque si por alguna razón Ruven ama a Colombia,
es por esa mujer, la que le dio la vida y le hizo comprender la magia de
llamarse: colombiana.
La
ternura y la templanza, la inocencia y la razón danzan en esta obra como una
memoria de la memoria que le ha dado vida y le sigue dando vida a esta nación, aun
cuando poco nos hemos detenido a reconocerlo.
Gratitud,
la máxima ofrenda humana, ingrediente principal de Hijas del Agua, en tanto es
un pagamento a nuestras raíces indígenas por todo lo que a diario hacen por la
salud de nuestro espíritu, por el porvenir de nuestra raza, en lenguajes y
dimensiones accesibles solo para quien determine transitar exclusivamente bajo
la brújula de su alma.
Hijas
del agua es una puerta para encontrarnos con lo que realmente somos, más allá
del hambre de imitación de lo extranjero que por tanto nos ha gobernado. Un
umbral hacia aquello que es el gran y verdadero Dorado de nuestro territorio:
la sabiduría de nuestras hermanas y hermanos mayores.
“La
mujer Misak, al iniciar un tejido, crea una conexión muy fuerte con el material
y todos los elementos con los cuales va a realizarlo. Es un pensamiento
positivo porque con cada puntada que tejemos vamos mejorando lo que hacemos y
sentimos.” Premisa vital expresada por Jacinta Cuchillo Tunubalá[4]
que, es un símil del proceso que Ana González vive al intervenir cada una de
las piezas; llegando con frecuencia a la asertividad que impacta con la misma levedad
del colibrí, tal cual lo narra el humanismo atávico de Shibulata Zarabata[5]:
“Esta historia la dejó la Madre para que nosotros nos podamos identificar con
ellos. Si queremos que el mundo viva en paz y tenga libertad tenemos que ser
como el colibrí (…)” y dejarnos llevar por estas páginas para entenderlo.
Hijas
del Agua necesita silencio para entregarnos su mensaje -en su versión editorial-,
pues, se constituye en una propuesta artística de alta saturación, dado que la
selección y ordenamiento de las obras obedece claramente más a una directriz apasionada
que a una narrativa curatorial específica. Lo que no la hace elocuente a
revisiones rápidas ni distraídas, entre otras razones por algunas
reiteraciones, que, gracias a la calidad de la propuesta, podríamos calificar
como un pecado venial.
“Desde
un mundo dominado por la energía masculina del pensamiento, de lo tangible y lo
terrenal, se siente la fuerza femenina de la intuición, de lo que no se piensa,
sino que se siente, que da vida, que sana, que alimenta.” Renglones que en la
reflexión escrita por Ana y Ruven, emerge como un salmo angular de este
trasegar estético a través de la infancia y los rituales de la Mama Grande, de
Romi Kumu, de la tierra de la anaconda, de los picos helados y las orillas del
río Apaporis, en un éxtasis de conflagración mística, entre lo telúrico y lo inerme,
de todo aquello que fluye y es vida desde la vida, todo lo que nos confirma a
cada colombiano como un hijo de las Hijas del agua.
[1]
Fotógrafo Peruano, cuyo trabajo fotográfico alrededor de los indígenas, y la
sociedad peruana de principios del siglo XX es icónica en la historia de la
fotografía.
[2]
Fotógrafa mexicana, cuya obra “Nuestra señora de las iguanas” es considerado un
ícono de la fotografía latinoamericana.
[3]
Fotógrafo colombiano, cuya obra fotográfica, trabajada de manera experimental
con químicos y pinturas es hoy parte de la memoria fotográfica global por su
presencia en colecciones como: Museo Reina Sofía, Tate Modern de Londres y
Fundación Cartier en París.
[4] Jacinta
Cuchillo es una líder Misak de Silvia, Cauca; que participa con un texto en el
libro Hijas del Agua.
[5] Mamo
Shibulata es un líder de la etnia Kogui en la Sierra Nevada de Santa Marta que
participa con un texto en el libro Hijas del Agua.
Comentarios
Publicar un comentario