RÉQUIEM PARA UN MAGO


Homenaje Guillermo El Mago Dávila, el primer linotipista cómplice de Gabriel García Márquez, un ser excepcional.

Por: María del Pilar Rodríguez
*Gabitera/Curadora de arte/Escritora
Twitter e Instagram: @mapyrosa
Bogotá, abril 29 de 2020

El Mago Dávila
Fotografía:Archivo Gloria Wanumen
“Guaricha es una palabra que me encanta, no por lo que significa si no por como suena”, me dijo sonriendo como era su costumbre: con un destello en la mirada rematado en verónica completa en los labios, con el mismo gallardo estilo de su sombrero de fieltro y su gabardina andina.

Guaricha, como muchas otras palabras, de hecho, infinidad de ellas; fueron su juguete desde muy joven cuando aprendió el delicado oficio de linotipista. Donde su trabajo era el nada fácil entuerto de transcribir letra a letra lo que cada periodista escribía, para luego convertirlo en las placas que se usarían para imprimir el periódico. Y, por si fuera poco, en medio de aquella prosopopeya calcular el número de caracteres por renglón para que le quedaran bien las columnas, y llegado el caso remplazar una palabra por un sinónimo más corto o largo para que la estructura de impresión quedara perfecta.

Labor de filigrana que le queda casi imposible imaginar a los usuarios del ordenador contemporáneo y su mágico editor, que a solo un clic modifica márgenes, convierte columnas y justifica textos en cuestión de instantes. Instantes, que para Guillermo El Mago Dávila eran horas, en las que aprendió un sinfín de vocablos, pero además logró identificar dos valores centrales de un buen texto: ritmo y claridad.

Las palabras para Guillermo El Mago Dávila eran un instrumento no solo de carácter lingüístico, sino numérico y musical. Numérico, en tanto el número de caracteres las hacía viables o inviables en su trabajo y musical, por el ritmo que imprimía su aparición al proceso de transcripción. Había textos que hacían de su labor algo tedioso, y había otros que hacían que sus dedos montaran una coreografía que lograba darle matices de divertimento al proceso, entre ellos, unos hechos por un jovencito, que, con todo y sus faltas de ortografía, le hacía bailar las falanges con cada columna. Un ritmo que años más tarde en el 2007, en esa Cartagena caliente que compartían en aquel 1951 aplaudiría la Real Academia de la lengua en pleno…

Y fue justamente por ello, por eso del ritmo y el uso de las palabras justas que le evitaban malabares, que un día, haciendo lo que le salía natural: predecir el futuro, le apostó al caballo ganador y de paso predijo lo que décadas después sería conocido como Twitter.

Invitó a Gabriel García Márquez a la aventura de desarrollar juntos un periódico media carta, gratuito, donde se presentaran resúmenes de las noticias locales. Un periódico llamado “El comprimido”, que amén de ser una aventura periodística efímera muchas veces abordada recientemente, no se ha exaltado lo suficiente desde su doble carácter predictivo: por la estructura conceptual de enunciar resumidas las noticias -hoy usada casi por todos los medios electrónicos- y la selección impecable de jefe de redacción: un chico nacido en Aracataca que empezaba su carrera periodística en el periódico El Universal, en la misma calle de Cartagena donde muchos años después crearía su fundación para que en esa misma San Juan de Dios se siguiera ejerciendo el mejor oficio del mundo.

Guillermo El Mago Dávila, hizo de la magia su forma de vida, no solo por su afición al tema -que compartió con García Márquez- sino porque más de uno le atribuye a sus predicciones haber ganado en el antiguo hipódromo de Los Andes en Bogotá; amén de que su calidez y generosa disposición hizo más de una vez posible que derredor suyo se reunieran “textualmente como por arte de magia” los amigos que hace mucho no se veían, en pro de una conversación, un chiste, una historia, una causa: como la de preservar en funcionamiento, una cofradía de antiguos linotipistas a la voz de una máquina de esas que en los sótanos de los periódicos nacionales, hicieron posible que salieran a las calles, las noticias que construyeron nuestra nación antes de la aparición de la rotativa en off set.

El Mago Dávila con su esposa Gloria Wanumen
Fotografía:Archivo Gloria Wanumen
Las palabras. Tenía ante ellas una reverencia y una irreverencia consensuada, pues conocía su poder patente y oculto, tal cual un antiguo druida que domina la mística del artilugio verbal que convierte lo efímero en sólido. Dominio que encontraba su asidero más personal en la poesía, en la poesía que declamó día a día al despertar de su segunda esposa: Gloria, una joven mujer que a su lado lucía siempre llena de la reverberante alegría de quien habita lo más parecido a un cuento de hadas, la única diferencia la hizo que a ella el mago y el príncipe se los entregaron en el mismo paquete.

Leal, la lealtad a sus creencias, a la verdad, a la Fé en Dios, a la amistad, la familia y el amor fue la directriz mayor de su existencia, desde acompañar hasta el último suspiro a su primera esposa, hasta la columna que el pasado 20 de abril publicó por última vez en la revista virtual Enfoque.com.co, donde digno de su condición mágica nos desea lo mejor: BUENA SUERTE. Necesitamos rodearnos de gente que tenga fe en Dios y que por lo mismo tenga buena suerte, que piense bien, que actúe bien, que ame al prójimo, que no crea en brujas y que esté decidida a cumplir las normas establecidas para salir de la pandemia y superar la crisis que ponderan quienes gobiernan. ¡Sí! ¡Sale el cero! ¡Sale el cero! ¡Y salióooo el ceeeeeeeroooooooo! ¡Semos adivinos! Y si no adivinamos pues somos divinos. Algún consuelo debemos tener. Suerte.”

Suerte que tuvimos quienes compartimos con él un minuto, una hora o mucho más, suerte que tuvimos los que de cerquita sentimos la fuerza vital, siempre positiva del que ya se ha ganado en la historia colombiana el nombre de “prestidigitador” ese título que le concedió el mismísimo creador de Melquíades…

Pero el Mago Dávila no era infalible. Hoy, a escasos días de que como él mismo decía: “le tocara sacar el cajón de debajo de la cama”, sus amigos y admiradores no somos ante su fallecimiento en medio del aislamiento por el Covid-19 los actores principales de un entierro desolado, triste y pobre” como escribió en la columna que me mandó el pasado 19 de marzo. Estamos tristes sí, pero, aunque no pudimos llenar una sala de velación ni presenciar rituales como los que sin duda merece El Mago, hemos encontrado cada uno la forma de rendirle un tributo que llena la desolación y está repleto de la riqueza de la admiración. Somos una pléyade de seres orgullosos que celebramos haber tenido el privilegio de conocerlo y abrazarlo. Un tributo de ángel clandestino -tal cual los de Jattin- que en mí caso, alude a lo que nos unió: las palabras, tratando de enhebrarlas para que sean dignas de su historia, en este Réquiem para un Mago.

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