Jorge Riveros: Motivos para creer, motivos para crear.
Por: María del Pilar Rodríguez
Curadora de arte plástico y fotografía
Curadora de arte plástico y fotografía
Un acercamiento humano y estético al artista colombiano Jorge Riveros, publicado originalmente en el catálogo de su retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de Bogotá en el año 2015.
Si hubiese necesidad de definir al pintor ocañero
Jorge Riveros en una palabra, sería sin duda: rectitud. Premisa que atraviesa transversalmente
todos los aspectos de su vida. Riveros, considera que es por encima de todo, su
misión en el mundo es ser canal de ascenso, de crecimiento para sus congéneres.
Población que abarca desde su seno familiar hasta los espectadores de su obra:
sin omitir por supuesto sus alumnos -dentro y fuera de las aulas-; porque Riveros
es ante todo un maestro, comprendiendo este termino definido como el que
comparte sus conocimientos y enseña dando ejemplo con su proceder.
Con tan sólo 14 años desde la provincia materna llega a la Bogotá de 1948. Ciudad que se debatía por entonces entre su
naturaleza de crisol del pensamiento, -al punto de ser conocida por entonces con
el nombre de: “la Atenas suramericana”- y la violencia desatada el 9 de Abril. Dinámica
que sin duda permeó el alma del joven norte santandereano mientras se
desempeñaba como dibujante en los periódicos: El Liberal, El Diario Gráfico y la revista
Cromos de esta ciudad, iniciando un fértil camino en el arte
plástico nacional. Vocación que en el seno de la plaza de Bolívar y después de
ver sus trabajos, confirmaría Alejandro Obregón como una vocación para y por el arte,
animándolo en el camino de no detenerse en el oficio de pintar, pintar y
pintar… Lección bien aprendida que Riveros aún hoy, ya octogenario, tiene como forma de vida.
Trayectoria artística y lúdica que continuó en las aulas de
la Universidad Nacional, que en 1956 le dio el titulo de Maestro en Pintura y
Profesor de dibujo, generándole a su su vez, un sinfín de inquietudes, que se tradujeron en pluralidad de exploraciones técnicas, conceptuales y estéticas
que lo llevarían a ganar el primer premio del Salón de Artistas Santandereanos
en 1964. Mismo año en el que viaja a Europa en busca de las respuestas
que su espíritu inquieto, -alimentado por las imágenes de los libros de arte-, buscaba.
Respuestas que empiezan a llegar en España, en donde realizó
una especialización en Pintura Mural en la Escuela de San Fernando de
Madrid y un curso de Historia del Arte en el Instituto de
Cultura Hispánica. Mundo, donde su pincel encontró el referente vivo de una
serie pictórica que le valdría varios de sus primos éxitos: la tauromaquia… Sin embargo, algo hacía falta para que sus
sentidos quedaran plenamente satisfechos. Fue así como un año después, en 1965, se
trasladó a Alemania, donde el aroma a Bahuhaus aún se respiraba,
entre los matices de la geometría de la expresión y una disciplina de vida y
creación que parecían hechas a la medida del pintor colombiano, que encontró ahí
–como se dice popularmente en Colombia- “la horma de su zapato”.
En 1969 en tierra germana, incursionó en la
abstracción geométrica y entró a formar parte del grupo de artistas “Semikolon”.
Mismo año en el que se hizo miembro de
la Asociación de Arte para el Rheinland y Westfalen en Düsseldorf. Vinculaciones
que en comunión con su talento, le valdrían en 1971 ser invitado a formar parte de la
Organización Internacional de Pintores Constructivistas “Círculo de Trabajo
Constructivista” con sede en la ciudad de Bonn.
Alemania es para Jorge Riveros el raigambre de su
estética, pero también de la esfera más profunda de su corazón: fue ahí donde los
cristales visuales de Ingerborn Beeck se cruzaron en su trasegar vital, cómo la
luz que ampararía su camino y su sensibilidad, como su esposa desde 1970 y su mayor
cómplice en los andares de ser y de crear, al punto de dejar su oficio como
maestra en su natal Remscheid y acompañarlo en la incierta aventura de regresar
a Colombia en 1975, donde construyeron juntos una familia y una obra artística.
Trayendo consigo un nada despreciable repertorio de
exposiciones individuales y colectivas en distintas ciudades alemanas, y lleno
de ansias por construir un camino en su país, Riveros y su esposa Inge, se
dedicaron a uno de los oficios mas generosos que existe: el oficio de enseñar.
Ella, reiterando su vocación ahora en el colegio Andino y
él, retornando a su alma mater, donde sus cátedras principales fueron: Bodegón, Retrato, Desnudo
y Paisaje; conocimientos que también compartiría con las aulas de la
Universidad de la Sabana y la Universidad Jorge Tadeo Lozano desde 1977.
Fue así como ambos erigieron una trayectoria docente que
alternaban con la creación artística: él desde el pincel y ella, desde la
operación logística que lo hacía realidad… Que hace falta un color, es
necesario comprar la tela, recoger un bastidor allí, mandar a enmarcar allá.
Todo un ritual familiar alrededor de la creación del padre, que hoy –tras el
fallecimiento de Inge en el 2013- ejercen sus hijos: Manuel, Daniel,
Sebastián y Kathy, en una dinámica que particulariza su proceso e impregna su
entorno de una dulzura excepcional.
Uno de los grandes retos del artista es sin duda
reinventarse, una mezcla entre habilidad y valentía que Riveros confirma a comienzos
de los años 80 cuando su pintura vira, invocando
elementos estéticos pre-colombinos, uniéndose a la necesidad de los territorios
postcoloniales americanos que se encontraban al reencuentro de la propia
identidad en el arte moderno, lejos de la imitación. Acuñando un lenguaje
vernáculo.
La presencia de su obra en subastas de Arte Latinoamericano
en Christie´s, New York en 1990, así como en colecciones públicas y privadas en
distintas latitudes, es sin duda un testimonio del valor histórico de su
creación. Aunque solo el observarlo frente al caballete, en primo diálogo con
el blanco retador de la tela, es lo que hace comprender la dimensión de su lazo
con el acto pictórico, con una paleta matemáticamente conceptualizada, dirigida
por una composición equilibrada, dictaminada por la omnipresencia de la regla
aurea, en un coctel sincrético con la polifacética emoción que le ha permitido
explorar el realismo, el abstraccionismo, el constructivismo y el expresionismo, con pertinencia igual.
Múltiple vocación estética que ha permeado en
distintas técnicas como: pintura, pintura mural, obra gráfica, vitral y
escultura. Estableciendo un universo material propio, que se ensancha en 1999
cuando culmina su actividad docente y todas sus horas quedan al servicio de su
familia y su creación.
Sobre Riveros y su trabajo artístico queda un mar por
explorar, porque su carácter sencillo ha priorizado el crear sobre el figurar,
dedicando sus horas libres más a seguir compartiendo su conocimiento que para
aparecer en cocteles, siendo las memorias que existen de su trabajo más fruto
del impulso de sus amigos y su familia que de una ansiedad propia.
Amigos entre los que se cuentan Francisco Gil Tovar y Víctor
Guédez que en ese mismo 1999 publican el libro “Jorge Riveros”. Uno de esos
documentos vitales para sumergirse en el universo creativo de éste artista
Colombiano, que desde un espíritu moderno, con la disciplina de la más rigurosa
escuela europea, nos habla de motivos vernáculos, invitándonos en cada propuesta a
reencontrarnos con lo mejor de nosotros mismos, otorgándonos en cada uno de sus
actos y sus obras -aún en su serie sobre la violencia-, motivos para creer,
motivos para crear.
Jorge Riveros, un pintor, un hombre grande del arte nacional.
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