Nueve de abril de 1948: Giro dramático para la literatura y la pintura colombiana.

Un acercamiento a lo que en la vida y obra de Gabriel García Márquez
y Alejandro Obregón, generó el Bogotazo.


POR: María del Pilar Rodríguez
Curadora de arte / Escritora
*Gabitera


FOTOGRAFÍA: Mauricio Vélez
El nueve de abril de 1948, es asesinado en Bogotá el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán y
con ello inicia el período de conflicto armado en Colombia que nos flagela hasta hoy. Sin duda,
una fecha determinante de nuestra realidad política y social como nación colombiana, cuyas
enormes implicaciones históricas hoy, 70 años después, han sido variadamente analizadas pero
hasta ahora no he visto voces respecto a nuestra eterna cenicienta: la cultura. ¡Y hay que ver lo
que ese 9 de abril nos ha legado!.


Huyendo de la pensión en la calle Florián en el centro de Bogotá, Gabriel García Márquez y su
hermano Luis Enrique, daban tumbos en medio de las revueltas, tras tener como primer
requerimiento -al conocer los desmanes- el ir a buscar la máquina de escribir que, con moño y todo,
unos pocos días atrás habían empeñado para seguir la fiesta de bienvenida de éste último. Que,
había llegado a asumir el trabajo conseguido en la capital. Trayendo consigo desde la casa materna
en Sucre- Sucre aquella novedad mecanográfica como regalo por parte de sus padres, a ese escritor
en ciernes, que por esos mismos días acababa de descubrir la novela como su futuro, gracias a La
Metamorfosis de Kafka que le había prestado su compañero de habitación, un estudiante caribe de
medicina.


Las vitrinas resquebrajadas en medio del vandalismo y las manifestaciones exhalaron sus tesoros,
en la que hasta ese día fué la mejor esquina del mundo: Av. Jiménez con Carrera Séptima. Y los
hermanos García Márquez sucumbieron a la tentación… De aquellas correndillas quedaron el traje
azul que más amaría hasta su último día el telegrafista de Aracataca -su padre- y la carpeta de piel
que resguardaría el primer intento de Cien años de Soledad -a inicios de los cincuenta-, hasta que
un día Gabito lo dejara olvidada en un taxi en el que se perdió la carpeta, pero no su contenido. Que
por fortuna regresó a las manos del autor, dejada en la recepción del periódico El Heraldo, como
respuesta a la petición hecha por uno de los amigos en su columna semanal. Eso sí, como un detalle
particular: devolvieron el manuscrito pero con la ortografía corregida en tinta verde.


Un nueve de abril en el que se perdió el viejo diccionario del abuelo, y se quemaron muchas cosas:
entre ellas el café El Molino, donde meses atrás muchos habían leído la primera publicación del
cataquero en el periódico El Espectador. Murieron sueños y personas, entre ellas quizá la sublime
idea de que Bogotá fuera realmente “La atenas suramericana”, pues incordios como los de ese día y
los que vendrían, estaban muy lejos de ser hijos de las “mentes superiores” que le habían otorgado
aquel apelativo a la capital colombiana. Ahora, perfectamente desvencijada.


Pero no solo fueron muertes las de aquel día. También hubo nacimientos, entre ellos dos de los más
insignes: la carrera periodística de Gabriel José de la Concordia García Márquez y la obra pictórica
más importante del arte moderno nacional.


Alejandro Obregón por Abdu Eljaieck
A pocas cuadras del magnicidio, en las alturas del viejo Teatro Faenza pintaba Alejandro Obregón,
-y aunque aún no se conocían- hasta en eso coincidieron el gran pincel y el gran escritor: estuvieron
marcados de manera indeleble por ese cruento día.


Calle abajo, tal vez recordando algún viejo cuento familiar alrededor de la guerra civil española, los
ojos azules se encontraron con la escena que lo perseguiría por casi 20 años: una mujer embarazada
yacía muerta en una calle, como parte de las dantescas escenas de un día del que nunca nos recupe-
raremos.


Decenas de bocetos despues -hechos en pequeñas maderas- emergería en la bodega de plásticos de
su hermano Peter en Barranquilla, la pieza más descomunal de la pintura moderna colombiana, con
ese título exacto que nos encierra hasta hoy: “La violencia”. Obra que coronada como el premio nacio-
nal de pintura 1962 es en sí mismo un retrato de la historia nacional, que en medio del dolor más grave
se niega a renunciar a la esperanza, tal cual la luminosa paloma  que, en la parte superior derecha
emerge ante los sentidos tras la larga contemplación. Obra que es hoy pieza central de la exhibición de
la colección Banco de la República, poéticamente colgada a pocas cuadras de la histórica hecatombe.


Nueve de abril de 1948. Misma fecha que obligaría a García Márquez -así como a muchos estudiantes
costeños de la Universidad Nacional- a retornar al caribe, más exactamente a Cartagena de Indias,
donde la Universidad de Cartagena permanecía con sus puertas abiertas. Mismas que el joven logró
franquear con un airado discurso acerca de la obra “La cabaña del tío Tom” en el examen de admisión,
que aunque para continuar la carrera de derecho, fué a la larga para entregarlo al que desde ese abril
(pocos días después del bogotazo) en la redacción del recién fundado periódico El Universal, en el
corralito de piedra. Sería su oficio más amado: el periodismo.


Una relación con Cartagena que inició para García Márquez en aquellos días en la que la historia
estudiantil truncada en la capital ardiente, lo llevaba a los brazos de esa ciudad que fué suya como
de muy pocos y que además de periodismo, fué letras, alimentando esa cabeza infinita donde el amor
puede ser cólera y también demonios. Un romance literario con la amurallada que aquella primera
noche con unas pocas horas de recorrido ya le presentaría en el restaurante la cueva, a Juan de las
Nieves, quien el mundo hoy conoce mejor en las páginas de Cien años de Soledad como “Catarino”.
Entre otro sin fin de escenas, emociones y conocimientos que son ya parte del patrimonio literario
universal.

Nadie sabe si los grises de la violencia de Obregón serían tan asertivos y elocuentes, o si García Márquez
hubiese llegado a ser el escritor contemporáneo hispano parlante más leído del planeta sin ese 9 de abril
… Lo que sí es claro es que muchas cosas cambiaron tras un día como hoy hace 70 años. Pero tal vez
no todas como extensión de la tragedia, también algunas como giros dramáticos en favor de la literatura
y la pintura nacional.

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