CONRADO ZULUAGA Y EL HOMBRE QUE NO MURIÓ DEL TODO.

POR: María del Pilar Rodríguez
Escritora /Curadora de Arte/ *Gabitera
Bogotá, septiembre de 2017
Conrado Zuluaga y María del Pilar Rodríguez
en la Librería Lernner en Bogotá
El nombre de Conrado Zuluaga es uno de esos que, teniendo muchos kilómetros de recorrido en mi cabeza, cuenta a su vez con muy pocos milímetros de presencia en mi retina, pues como fui siempre frente a los héroes de infancia, he sido cautelosa respecto a la idea de conocer personalmente a quién mucho admiro. Tal vez huyendo del riesgo de que con su presencia humana desdibujen el brillo idealizado con el que los ha bañado mi imaginación.

Sin embargo, la curiosidad pudo más que el mustio temor infantil y bajo la custodia de María Teresa Guerrero -una de mis más insignes cómplices- emprendí el camino a pocas cuadras de mi casa a una cita que se materializó con la presencia del investigador, catedrático, editor y escritor. A quién puedo acusar sin titubeos de ser el responsable de terminar de cocinar mi devoción por la investigación del mundo Garcíamarquiano, gracias a una particularidad que en sus letras se manifiesta con la misma intensidad con que Jaime García Márquez me reiteró más de una vez debía ser mi comportamiento como investigadora y guionista de la ruta Macondo Colombia: Cero culto a la personalidad.

En un territorio particularmente zalamero como es el colombiano, resulta contradictorio hablar de un investigador dedicado a la vida y obra de García Márquez, como un ser antagónico al culto a la personalidad. Sin embargo, eso es Zuluaga y, de hecho, es lo que lo distingue entre muchos autores de biografías.

Su asepsia quirúrgica presenta los datos que con obstinación de científico ha conseguido, haciendo uso de una armonía musical que los ordena en párrafos. Logrando con ello extender umbrales que invitan a navegar el mar de información, que permite a su vez beber sin obstáculo de los diferentes ríos que en él convergen. Tejiendo un panorama claro y sin eufemismos de la vida y obra del escritor hispano parlante contemporáneo más leído del planeta tierra, quién, aunque no le guste confesarlo abiertamente, fue también su amigo.

Los tersos sonidos empujaban palabras hacia mi tímpano. Gobernadas por la coreografía sintáctica de un ballet clásico dirigido con la diestra habilidad del eterno maestro – aprendiz. Que en su doble condición de explorador y explorado, se presenta ante los ojos de esta infidente con la delicadeza de quién no es en busca de posición, sino más allá de ello: por absoluta convicción.

Reconocido mucho más allá de su natal Colombia por su dedicación, tino y habilidad para desentrañar la humanidad y la estética literaria de Gabriel García Márquez. Ha sido un diestro minero de sus laberintos lingüísticos y sus diatribas sintácticas. Guardando siempre una grata y respetuosa distancia jocosamente retratada en un saludo que, entre el investigador y el nobel, logró despistar a más de un testigo de sus encuentros…

- ¿Y tú quién eres?

Zuluaga sin mostrar asombro, volvía a presentarse como parte de ese ritual privado, ataviado con esa expresión de travieso duende de cuento que aún conserva, para luego sentarse al lado del escritor y sumirse en una de esas conversaciones – que, aunque mayormente telefónicas- fueron definidas en una sola frase aquel día del último encuentro personal…

El hotel Santa Teresa en Cartagena de indias hervía en una euforia de patio poco frecuente en su naturaleza de hotel estirado, cuando Conrado poniendo un pie en el lobby preguntó que pasaba, con la misma candidez con la que abrió por primera vez una obra macondiana: sin consciencia de que de aquello no habría retorno….

Corría el año 2007 y un alboroto no era cosa realmente rara, teniendo en cuenta que varias luminarias literarias deambulaban por todos lados en medio del Hay Festival, pero aquella algarabía resultaba excesiva… Tan extraña como solo es la euforia que causan los escritores cuyas obras se venden como salchichas.

La española Rosa Montero ocupada el último lugar en la fila para saludar a García Márquez; mientras su investigador colombiano más obstinado no encontraba problema en ocupar el puesto siguiente, a la espera de un saludo que siendo el mismo de siempre, solo tuvo una frase adicional por parte del viejo amigo.

-         - ¡Coño! ¡Tienes pelo!

Los teleobjetivos se las apañaban para tratar de capturar una memoria del encuentro, así como quizá los oídos de quienes se encontraban cerca en la sala, que el padre de Macondo alejó con una frase que coronaba de laureles décadas de consagración de Zuluaga con una frescura tal, que aún ahora -una década después del acontecimiento- el biógrafo no logra caer en cuenta de su verdadero valor:
-         
-     - ¡Háganse para allá que me voy a confesar con este hombre!

Lo que vino después fueron las cuentas finales de un largo collar de confesiones tejidas entre ambos, que incluyeron críticas, chistes y razones. Más de un puñado de las cuales reposan en “No moriré del todo” disfrazadas de anonimato mediante artilugios de redacción, tratando de ocultar su naturaleza de joya exclusiva. Publicación que hace unas semanas fue reeditada en Colombia. Una biografía centrada y lúdica del cataquero, que nos lleva de la mano por su mundo en un recorrido sin pretensiones ni extravagancias. Páginas que con exactitud de relojero y lucidez de profeta nos abre un sendero fácil a comprender la historia que gesta, madura y consagra a Gabriel José de la Concordia García Márquez al Olimpo de la literatura universal.

“Hay que tener cuidado con la Gabolatría” me dice con esa azucarada sonrisa de media asta que domina tan bien; justo dos palabras después de soltarme sin anestesia el diálogo -hasta hoy secreto- que revela porque no hubo segundo tomo de Vivir para contarla:

-         Cuéntame ¿En que va el segundo tomo de tus memorias?
-         No he empezado
-        ¿Entonces nos va a tocar esperar otros 5 o 6 años?
-          Es que no he encontrado el tono.
-         ¿Cómo así que no has encontrado el tono? Ya lo tienes en Vivir para contarla.
-         ¡Tú no has entendido nada! El primer tomo es como aprendí a escribir y el segundo es para quién         escribo…

Habiendo dejado la vanidad en la misma página en la que estudiando filosofía y literatura en la universidad de los Andes inició su camino de investigación de la vida y obra del escritor. Su caminar pausado -en la Librería Lernner que tanto visita-, es retrato exacto de la cautela con la que define cada una de sus acciones, en una lucha permanente con una pasión de desmande que le habita. La misma que lo coronó en el periódico El Heraldo de Barranquilla, como “El primer colombiano”, siendo el primer nacional  -después de los extranjeros Gilard y Vargas Llosa – en ir a explorar las columnas realizadas por el escritor cuando ocupaba un par de baldosas en aquella legendaria redacción en inmediaciones del Paseo Bolívar; que el joven Conrado recorría con los originales empastados al hombro, bajo el sol canicular en busca de la única fotocopiadora de tal formato en el centro de la arenosa, que ostentaba aún rasguños de su gloria moderna en aquellos setentas que aún no conocían de nobel pero si de periodista y de Cien años de Soledad.

Memoria de un sol caribe que estaba guardado al lado de las cientos de envidiables y primeginas fotocopias de las columnas costeñas originales, aquel día en que saliendo de la Fundación Santillana en Bogotá, llevando oculto en el bolsillo su condición de editor general, para dirigirse sin afanes a una de esas primeras ferias del libro; cuando su paso fue cortado por el periodista cultural Guillermo Rodríguez, quién al ver que no había saludo entre Conrado y su acompañante, decidió presentarlos.

-          -  Conrado, te presento a Gabriel García Márquez
-          - ¡Coño! Llevo 20 años leyéndote
-          - ¡El que lleva 20 años leyéndolo, soy yo!

Un encuentro físico que había tratado de ser articulado por más de un amigo. Infructuosos intentos frente a un hombre que desde la primera línea que leyó de su investigado eterno, determino que su encuentro vital iba a ser como lo dicen con frecuencia los hijos del telegrafista de Aracataca: “Un azar bendito”.

“Un libro que siempre que uno lo lee muestra cosas nuevas ¡Es un clásico!”, me explica con la misma suavidad con la que ejerció como catedrático en la Universidad de los Andes y en la Javeriana. Y tal vez con la misma fórmula con la que como emisario de Germán Arciniegas terminó haciendo visita en casa de Borges sin invitación ni dirección previa, para confirmar con ello que, por más mago y maestro, un gran narrador es, ante todo, enormemente humano.


Recorrer la vida de García Márquez a través de la pluma de Conrado Zuluaga es un placer para los opíparos macondianos como yo, aunque también para aquellos con apetito “fit” -como acostumbran llamar ahora-. Un trasegar por el mundo del nieto de Papalelo y Mina que está creado tal cual El quijote para “un desocupado lector”. Uno tan desocupado como Zuluaga que negándose al título de “Gabólogo” no se detiene en su búsqueda. Vuelve a sonreír y con la promesa de un nuevo encuentro me hace renunciar al miedo de conocer a mis héroes. Anunciando un pronto viaje a Azerbaiyan a dar una conferencia sobre la investigación que le ha llevado la vida misma, sin ataviarlo más allá de la consciencia de que aún falta mucho por descubrir de esa vida tan llena de recovecos como de maravillas. Que de su mano lo llevan a uno a entender el “crotaloteo de los dientes de Amaranta”, como parte de una antiquísima predicción serendípica de Ítalo Calvino que, cocinada en uno de los calderos de Úrsula Iguarán, ha gestado bajo esa pluma matemática un ramo de no me olvides de 236 páginas. Gracias a la cuales hoy podemos discernir porque García Márquez es ese hombre que no murió del todo.

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