Por el derecho al error.

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Escribo estas líneas luego sostener una larga conversación con una amiga que tras un par de erratas corporativas, y aunque a la fecha ha logrado ir resolviendo las consecuencias legales y financieras de tal circunstancia, no ha podido emerger del mar de señalamientos y de un castigo social atroz en el que se le rotula como si padeciera una enfermedad infecciosa, contagiosa y peligrosa; solo porque cometió un par de errores, los asumió públicamente y públicamente ha estado trabajando en resolverlos.

Circunstancia que se repite sin cesar en todos los ámbitos, dentro y fuera de lo empresarial y que me puso a reflexionar sobre la importancia de equivocarnos, pero más que eso, el derecho que tenemos a fallar y la importancia de la forma como asumimos dichas situaciones…

“Errar es de humanos” hemos escuchado esta frase tanto como el ABC escolar, sin embargo, es tal vez una de las premisas que menos aplicamos en nuestro cotidiano, principalmente en el marco de la relación que forjamos con nosotros mismos y de ahí en adelante con todo y todos los que nos rodea.

El error es parte de la existencia, equivocarse viene inserto en el paquete vital, pues de no ser así no tendríamos la posibilidad de descubrir, de transformar, de evolucionar… Una verdad que podemos confirmar dando un vistazo a una de dos biografías de esos seres que han cambiado la historia, sobreponiéndose a un error, corrigiendo uno propio o incluso de otros; atendiendo el errar no como un peso sino como una oportunidad.

Rechazamos el equívoco como una peste, nos avergonzamos de ello, jugamos a esconderlo, a negarlo y somos capaces de desarrollar batallas campales y guerras de 50 años solo por aferrarnos a una idea, por no entrar en el territorio de reconocer que fallamos, que dentro del manojo de aciertos que con seguridad tenemos también existen cosas mal hechas, sean consciente o inconscientemente realizadas de esta manera… ¡Como nos cuesta identificar y asumir un desacierto de frente al mundo y de frente a nosotros mismos!

¿A que le tememos? Le tememos a las consecuencias en medio de la cultura de la apariencia, nos da miedo asumir las derivaciones de aceptar que hemos equivocado, porque todos fuimos formados en un sistema de pensamiento que rechaza la falta, que no cree en el recurso de la rectificación, del enmendar, del superar, del reconocer el desliz como recurso de reinvención, como punto de partida hacia nuevos descubrimientos. Una política de rechazo colectivo a la errata tan antigua, que hoy la asumimos como normal.

Desde el famoso matoneo escolar, hasta la mirada descalificadora entre las mujeres en un baño frente a aquella que no encaja con el estereotipo “bien visto” de temporada, pasando por los discursos amenazantes entre presidentes que discrepan sobre políticas climáticas, llegando a una sociedad como la nuestra que esta hoy atiborrada de un manto de desconfianza colectiva frente a quienes abandonando los errores del pasado intentan reintegrarse a la vida civil.

Estigmatizamos el error de una manera tan profunda que dejamos de creer hace mucho en la capacidad de cambio y evolución de cada individuo, aun cuando es precisamente esa condición natural la que nos tiene en la tierra, la que ha hecho que esta humanidad tan frágil permanezca miles de años sobre este planeta y sus múltiples sobre saltos naturales.

Estamos en permanente evolución, hoy no somos celularmente el ser que éramos semanas atrás y sin embargo fuera de lo anatómico nos negamos esa posibilidad de progreso a través de comprender un traspié no como una derrota sino como un camino que se abre hacia aprender a levantarnos, en un aprendizaje que nos llevará a otra manera de caminar, a identificar con mayor claridad los obstáculos que hay en el camino para no volver a tropezar con ellos.

Somos crueles, inmensamente crueles como sociedad, cobramos con un castigo psicológico colectivo aquello que cada persona ya paga en privado o incluso en público, duplicando con ello la cuota que cada uno paga frente a sus  faltas, aumentando el miedo en cada uno de aceptar aquello que se complicó, haciendo que esa decisión desacertada -como las que todos hemos tomado más de una vez- entre a convertirse en un depresivo, en una piedra que nos hunde profundamente en las aguas de los problemas, convirtiéndonos en un engranaje más de la máquina del negativismo que parece imperar en cada día más entornos, como si la vida fuera una tortura que asumir y no una oportunidad de disfrutar.

Grandes sueños implican grandes retos y grandes retos infieren casi siempre grandes riesgos, por tanto, el tamaño de un error en algunas ocasiones es solo un hijo descarriado de una gran idea, de una realidad luminosa y contundente que tendrá seguramente un puesto importante en el futuro.

También existen errores hijos del dolor, hijos de la falta de oportunidades, errores dolorosos y graves que nos hacen pensar en ese o aquel individuo como despreciable, cuando en el fondo, más allá del nefasto resultado existe un origen de ese error cocinado en sociedad que descalificó a eses ser desde esa primera equivocación infantil haciéndole creer que hiciera lo que hiciera nunca iba a acertar, convirtiendo su consciencia en la de un sujeto que se considera dañado, auto programado de manera intrínseca para dañar, para cometer el delito y optar siempre por el camino de lo turbio.

Existen tanta variedad y dimensión de errores como pobladores tiene el planeta, sin embargo, el verdadero problema frente a ello es como los vemos, la incapacidad de tolerancia individual hacia no ser perfecto, hacia no hacer las cosas siempre bien, hacia no encajar, hacia la diferencia; convirtiéndonos en implacables jueces de nosotros mismos y por supuesto de quién nos rodea.

Si fulana tuvo uno o dos reveses económicos y se encontró en dificultades para asumir sus responsabilidades financieras, ya es una persona poco confiable para hacer negocios, así haya manifestado abiertamente su circunstancia y demuestre estar interesada en pagar sus deudas en la forma que le es posible.

Si aquella mujer se involucró con un hombre comprometido en su juventud, eso quiere decir que es muy riesgoso presentarle cualquier caballero en esta condición en adelante, si la falda que llevaba nuestra amiga era demasiado corta para la ocasión es que está desesperada, si era demasiado larga es que es una mojigata…  Y así de norte a sur y de oriente a occidente cada día con juicios como estos nos ocupamos de reforzar la idea en el inconsciente colectivo de que errar no es de humanos, de que errar nos descalifica y nos hace defectuosos, ultrajando con ello un derecho primigenio y necesario para evolucionar… El derecho al error.

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