HOTEL CARIBE: Lo bueno puede ser para siempre.


Resultado de imagen para hotel caribeCrecer en una ciudad como Cartagena de Indias enseña a privilegiar lo antiguo sobre lo moderno, haciéndonos virar siempre en primera instancia con mayor intensidad sobre aquello que arquitectónica o anecdóticamente nos antecede siglos… Y es comprensible. De hecho, yo misma, tras décadas de explorar esta ciudad, aún sigo sintiendo con frecuencia el aliento cortado frente a la fuerza ancestral de las baterías de murallas, los sacros claustros y todo aquello que en la bien llamada heroica permanece como testimonio de coralina, cal y canto del paso del tiempo y de los hombres.

Sin embargo, trasegando entre todo este patrimonio colonial, en contraste con las historias de brujas que desde el palacio de la inquisición se nos cuentan, a hurtadillas entre los mitos corsarios que grita el Museo Naval del caribe, a expensas de San Pedro y Santa Catalina; mientras en el Colegio Eucarístico de Manga trataban de enseñarme matemáticas, al tiempo que yo usaba las cuadrículas destinadas para los números, para enhebrar un cuento del que el protagonista era mi profesor de biología transfigurado en Drácula; la vida siguió su curso, tejiendo lejos de lo santo y lo colonial una historia tan personal como valiosa en las entrañas de un lugar que entre lo moderno y lo comercial, sobrepasando hoy mínimamente el siglo, ostentando entre sus títulos ya el honor del patrimonio, a instancias de las historias de marqueses, virreyes y obispos, resguarda entre sus paredes la más preciada memoria de más de uno, incluida la mía, aunque consciente de que soy quizá la menor de los miembros de la partitura histórica que ahora mismo continua creciendo en el Hotel Caribe.

El hotel caribe, fue por décadas el emblema de hotel de lujo de Cartagena, de hecho, fue el primero en preciarse de tales calidades de frente al mar en nuestro país, con sus salones para orquestas majestuosas, donde ser pionero se volvió costumbre, quedando para siempre tatuado en sus políticas de servicio: innovar sin pretensiones innecesarias, teniendo como aspiración máxima la sonrisa del huésped, motivación de todo el engranaje que hace funcionar a éste prócer de la hotelería colombiana con la delicada exactitud de una bailarina clásica.

En éste lugar muchas cosas fueron primero, en la ciudad y aún en el país: El concurso nacional de belleza, el festival de cine, entre otras tantos eventos y celebraciones tan reconocidas como desconocidas, pero que sin duda son parte muy valiosa de la valía contemporánea de este patrimonio histórico de la humanidad.
Y aquí parada en la puerta, con mis ojos atravesando sus imponentes arcos de fachada frente al mar caribe, puedo evocar sin titubeos la historia de mi primera publicación. En mi cerebro tiene un lugar de diáfano privilegio el día que hice mi primera entrevista, podría señalar sin duda la ubicación de la mesa frente a la piscina en la que encontré al primer personaje que perfilé en mi vida. Yo tenía 17 años, lucía la jardinera granate del uniforme escolar, iba con unas compañeras y una profesora, invitadas a escuchar conferencias por parte del festival de cine y mientras tomaba su desayuno encontré a Jorge Cao, un actor que se me había metido en la cabeza a través de un personaje televisivo y que con su actuación alimentaba mi idea de algún día ser libretista.

Nos atendió amablemente, no puedo recordar que preguntas le hice, aunque para ello la vida deja ayudas de memoria impresa y en el periódico del colegio de aquel año, quedó el testimonio de lo que fue aquel encuentro en el comedor del hotel.

Resultado de imagen para hotel caribeUn comedor que años más tarde, cuando ya Sandro Marcovich gobernaba las cocinas, fue la trinchera de otro sueño: el de periodista de televisión… Corriendo por los pasillos, acolitada por Néstor y bajo el silencio cómplice de doña Patricia, me estrene como productora de trasmisiones en directo desde los aún hoy extraordinarios jardines, para el magazín de Telecaribe “Hola que tal”… Brincando de pasillo en pasillo, haciendo piruetas para lograr la señal y atendiendo invitados como príncipes, aquellos días de creación televisiva fueron la oportunidad para conocer el hotel de arriba abajo y comprender que en esencia no está hecho de ladrillos si no de corazones.

Una de las particularidades que tiene este hotel es la tradición emocional que emana, porque sus empleados cumplen décadas en sus oficios, llegando a conocer su labor tanto como para que cada cosa que hacen les salga con una naturalidad poética, estableciendo con su trabajo y por supuesto con el sitio en el que lo desempeñan, una relación amorosa que hace que transpiren una dulce alegría que, a mí en particular, me ha facilitado más que la vida: los sueños.

Años más tarde, ya finalizando mis estudios de comunicación social y ya al frente de mis aventuras curatoriales, toqué la puerta del hotel para lograr su patrocinio para una exposición de arte, hospedando un artista que traía de México… Corría el año 2001 o 2002 y la respuesta de Sandro fue tan instantánea como cómplice… Un sí, que reiteraría en el 2006 Erika Janna para la exposición de Jacanamijoy que llenó los pasillos de artistas y mientras Nadín Ospina, Umberto Giangrandi, León Tovar, entre otros, ocupaban las más bellas habitaciones, todo el hotel en pleno parecía sonreírme en un tinglado de dulzura que de verdad hizo ligeras las complejas cargas que uno se echa encima a los 25, soñando en grande.

Y así, en el 2007 aparece Ana Beatriz Ángel, que como su apellido lo indica extendió sus alas y también se volvió cómplice de mis sueños, apoyando una y otra vez con la participación de todo el equipo, cada idea, cada exposición y cada evento que por mi cabeza pasaba…

Y si como periodista y como curadora de arte me apoyaron, como relacionista pública me ayudaron a hacer milagros… Contratar eventos con el hotel como relacionista pública fue siempre la certeza de la delicia, de esa cocina tan vernácula como la de mi casa, donde no existe el miedo a la cantidad de personas a atender y donde todos parecen danzando a un mismo ritmo.

Pasan los años y vuelvo al caribe una y otra vez en medio de un idilio que los años hacen crecer, porque cada vez que camino sus jardines, que sus almohadas me reciben como un abrazo conquistador, cada vez que Francisco Montoya con una sonrisa galante apoya una nueva idea, se renueva en mis sentidos como solo lo logran los grandes seductores, esos que te saludan con un dulce de coco, que inician tus días con la mejor arepa e huevo del planeta, mientras el ascensorista te sonríe con su amabilidad a prueba de calores, al igual que los pasamanos de bronce eternamente brillantes, como los pisos de los salones de baile que si hablaran, podrían confesarnos los secretos de Marlon Brando, Greta Garbo y Gabriel García Márquez; entre otras muchas luminarias que tienen con certeza estampado en sus historia el nombre caribe de éste hotel.


En el Hotel Caribe he soñado, he vivido, he inventado lo mucho y lo poco. He intervenido sus jardines con esculturas, he coordinado fotografías y consolado amigos; he gozado en su playa y me he reído en su piscina, he conversado largo en el bar bolero sobre el coctel favorito de Obregón, me he extraviado entre la capilla y la bajada al edificio moderno, me he escondido bajo sus puentes y he sentido alegría de comilona en sus asados de quiosco; pero quizá solo hasta estos últimos días en sus remodeladas estancias he comprendido que con todo lo aquí acontecido, aún falta mucha historia en estos pasillos por enhebrar, porque como sucede con todos los verdaderos lazos y los grandes hoteles, siempre tienen un as bajo la manga, reinventándose mediante una alquimia desconocida que extiende el idilio desde la sonrisa con la que hace unos días salí de su recepción, al lugar donde los bellos recuerdos trabajan por vivir hasta viejos, haciéndonos retornar a ellos, como volverán mis sentidos al Hotel Caribe a confirmar que lo bueno puede ser para siempre.

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