TRAFICANTE DE EMOCIONES

Nueva especie de “La Civilización del Espectáculo”

POR: MARÍA DEL PILAR RODRÍGUEZ
@mapyrosa

Ya llegamos al colmo de la deshumanización, a la mercantilización de lo más bello que tenemos como seres humanos: las emociones.

Sí, cual moneda de cambio hoy un beso, un abrazo, una palabra de afecto, un reconocimiento –en el ámbito tanto de lo privado como de lo público- tienen una tasa de cambio equivalente al avalúo que le de el destinatario en contraste con los intereses del emisor.

¿Y la honestidad? Ese es un valor que en términos de lo emocional se ha convertido en un milagro difícil de identificar, mimetizado en el mercado de la oferta y la demanda donde todo tiene precio.

Un hombre contea los besos de una noche como un niño cuenta las monedas en su bolsillo respecto al costo de cada una de las diversiones de la feria.

Una mujer llega a una fiesta e inspecciona el territorio identificando “el ganado” que está más cercano en materia de influencias y poder de llevarla a cumplir sus objetivos inmediatos. Una vez realiza la selección dedica su “dulzura” “sensualidad”, en general todo su combustible emocional a conseguir la voluntad del portador de la llave que abre la puerta de la bóveda donde está lo que ella quiere: llámese dinero, negocios, favores políticos, periodísticos entre otros servicios ó artículos.

Este es un fenómeno transaccional que se populariza con rauda velocidad, al punto que la bolsa de valores debería considerar formalizar su monetización. Un empeño que no solo abarca el territorio de la seducción, de hecho encuentra su gran “nicho de mercado”, su territorio más importante –a la vez que el más degradante- en la mal llamada “amistad”.

La palabra “amigo” es ahora más cercana a la definición de “lacayo” que a otra cosa. Amigo en el círculo de la Civilización del Espectáculo es aquel que HOY favorece los propios intereses – y hago énfasis en la palabra hoy porque estos vínculos utilitaristas son por denominación desechables -.

Las fiestas de moda están tapizadas de abrazos y declaraciones de amistad garganta abierta, en permanente campaña y no solamente política, sino tras la rapiña de cualquier cosa que huela a beneficio.

Y si esta actitud fuera solo eso –una actitud temporal- el pecadillo de usar las emociones como moneda sería algo así como un pecado venial; pero lo peor es que es una manera de actuar adictiva porque produce, produce: placer, dinero y toda suerte de “beneficios” efímeros, pero los produce.

Antes que después se convierte en una forma de vida; al punto de que el “nuevo miembro de la Civilización del Espectáculo” pasa rápidamente de ser un comisionista  –un bufón- a convertirse en un traficante –un rey- que se arma su andamiaje de distribuidores –saltimbanquis- rodeándose de una serie de aliados que le imitan y multiplican este ejercicio “emocional” más rápido que la peste bubónica.

Lo más complejo es que en la medida que el ser humano va “normalizando” el ejercicio de esta estrategia mercantilista, a su vez se va incapacitando para reconocer los sentimientos honestos y por supuesto a la larga queda inoperante para valorar ó respetar un gesto sincero.

Es entonces cuando los afectos reales que lo circundan –familia y amigos- pasan a un segundo, tercer, cuarto plano hasta desaparecer del espectro de pendientes – eso sí una vez pierden su utilidad-, bajo una premisa sórdida que todo traficante de emociones entona cotidianamente: “Es que ellos no me producen”.

Frase maquiavélica y deshumanizante que usa muchos otros vestidos lingüísticos –según la sofisticación del traficante- como: “Es que en éste momento de mi vida la prioridad es producir”, entre otras configuraciones gramaticales que llevan al mismo resultado: Las emociones tratadas como baratijas disponibles al mejor postor.

Y llegan las noches frías y obscuras –de eso nadie se salva- donde el alma se harta, grita con sed de verdad, se siente seca, pisoteada, maltratada, francamente desesperada, porque a diferencia del comité de aplausos que normalmente rodea a los traficantes de emociones el alma no se deja engañar con verborrea .

Esa noche de desasosiego donde la soledad golpea y se reclama a grito y lágrima una gota de amor honesto que la mayoría de las veces es ya imposible alcanzar…

Cuando el alma clama atención y afecto de esta manera generalmente ya el traficante ha pisoteado demasiado a quienes lo querían y por pudor no se atreve a acercarse de nuevo, ó de plano ya todo el mundo se cansó del rampante  desprecio, de los ramplones desplantes y de ser destinatarios  - con suerte - solo de las sobras de la fiesta, de retazos de tiempo justo antes de mandarlos a la basura...

Y no, no es que esté mal tener relaciones de negocios, ni mucho menos tener expresiones de afecto con las personas que se trabaja ó trabajar con las personas que se quiere. El lío es cuando se cruza la línea entre “sentir las emociones” y “usar las emociones”.

Seguramente para muchos sonaré como una romántica “de modé” y quizá para los ilustres miembros de la civilización del espectáculo lo sea – importante aclarar de que ellos siempre son VIP – Pero lo cierto es que la importancia que le doy a las emociones es porque conozco claramente una de las más bellas facetas de su poder, que por cierto supera en mucho la banal transacción terrenal de los traficantes que a éstas líneas atañen.

El milagro de un objeto inanimado que hace sentir decenas de generaciones como es el caso del “Guernica”; las lágrimas y risas que por años ha logrado generar una obra como “El quijote”, símbolos que se hacen universales como las mariposas amarillas de Gabriel García Márquez, así como la voz de Pavarotti  y los poemas – canción de Caetano Veloso… Hechos sublimes de lo humano que nacieron, crecieron, permanecen y tocan el alma de millones gracias a que tienen origen en emociones genuinas, honestas, auténticas.

El hecho creativo y su capacidad de trascender está directamente ligado a las emociones del artista; que puede ser el más odioso de los seres, esnobista incluso –aplica en muchos casos- pero jamás pierde de vista las emociones auténticas y por ninguna razón trafica con ellas, entre otras porque sabe que un “negocio” es muy bajo precio para un sentimiento que hecho arte se hace eterno.

Un amigo me decía que el alma que se puede comprar es aquella tan poco valiosa que tiene precio… Y tiene razón, pero no deja de tocarme la idea de que a la larga ese alma que hoy es mercancía llegó a éste mundo como algo sublime y sin precio; así como es el cuerpo virgen de un ser humano que luego se prostituye…

Por cierto me disculpo con los lectores por si resulto muy lapidaria con los juicios emitidos en los párrafos anteriores, pero ya no podía seguir como espectadora de este circo romano sin gritar: ¡ME OPONGO AL TRÁFICO DE EMOCIONES!




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