La dorada veleta de un soñador
Nueva magia para Cartagena de Indias tras la restauración de la veleta de bronce que corona la Torre del reloj.
Fotografía: María Paulina Lleras |
Seres que nacieron para interrogar el mundo con la fuerza del amor
al paso y el ímpetu del paso del amor, observando con curiosidad infante cada
fragmento del camino como si en él no hubiesen nacido y no pudieran contar a
ciegas y de memoria cada grieta que hay bajo sus pies.
Imaginaciones que bocetan con rapidez en cualquier esquina su propia
utopía, confiando que el curso de los vientos, aún cuando toque esperar años,
darán por realidad su idea.
Ideales tan diversos como hay vocaciones, tal cual la estampa turca
de Getsemaní que me mira justo antes de atravesar la avenida Venezuela, tras
ganar en cuatro zancadas el Camellón de los Mártires para contarme aquello que
el nuevo dorado en la punta de la Torre del Reloj ya me ha dicho, pero, que
solo en la emoción de su expresión termina de narrarse, tras las décadas de
vida que ha pasado la boca del puente con la mirada del anhelo que hoy es
certeza.
Fotografía: María Paulina Lleras
Archivo Grupo Conservar |
Coronando la turísticamente iconográfica Torre del reloj de Cartagena de Indias, desde 1986 hay una veleta de bronce cuyo papel durante todos estos años ha sido meramente ornamental, dado que nunca ha cumplido el papel de indicar hacia donde van los vientos -asunto de suma importancia en una ciudad de mar- . Anquilosada condición que al restaurador cartagenero Salim Osta Lefranc se le convirtió en obsesión, no tanto por lo práctico como por lo simbólico; pues si bien es cierto que a estas alturas se cuentan con muchos otros recursos para conocer la dirección de los vientos, se necesita más de un ritual para creer en los cambios socio políticos que con urgencia reclama una ciudad saqueada, lacerada y descuidada a niveles cada vez más alarmantes.
Archivo Grupo Conservar |
La tuvo en las manos y sintió la veracidad de todos los cuentos de
hadas, limpió su mecanismo, le insufló el movimiento y con ello le pareció
estar jugando a Merlín. Sonrió y volvió a pensar en los soñados caminos para esta
ciudad heroica, le confió sus deseos a la veleta restaurada y la entregó. Las
manos del cómplice -Manuel Acosta del
Grupo Conservar- la regresaron a su trono,
dándole movimiento a lo que antes estaba quieto y sobre todo, con el fin de
recordarle a cada transeúnte -externo y local- los nuevos rumbos que este
terruño reclama, lejos de los verdugos que se atreven a llamarla suya,
queriendo alejarla del destino dorado que se le debe, y que con certeza se logrará, porque ya existe en la
cabeza de muchos hombres y mujeres que tienen pintados en los ojos ese pródigo
futuro, ese que hoy nos indica la dorada veleta de un soñador.
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