Leo Matiz: prestidigitador de luces y almas indómitas
Por: María del Pilar Rodríguez Saumet
Curadora de la muestra
Texto con el que presento la muestra: "El Macondo de Leo Matiz" en el Espacio cultural Claustro de la Merced de la Universidad de Cartagena. Muestra abierta al público del 14 de enero al 29 de febrero de 2020 en el Claustro de la Merced en el centro histórico de Cartagena de Indias. Lugar donde en la parte central descansan las cenizas de Gabriel García Márquez.
“Macondo es un
estado del alma” aseguró -tantas veces como le fue posible- la pluma que
hiciera glorioso a escala mundial ese nombre. Imaginario mágico que antes de
que emergiera de sus prodigiosas manos, ya tenía un testigo: un cómplice que
también atreviéndose a reconocer la poética de lo vernáculo, en las pocas
calles de su Aracataca común, en los muchos caminos de su caribe del alma -en
vez de pluma usando pupila- parió en el diafragma de su cámara, un retrato de
lo que no solo a ambos los rodeaba, sino que les ronroneaba en el alma como una
necesidad rotunda de ser contado. Historias propias entre río de la Magdalena y
bordes de mar, entre banano y guayaba; a la voz de una cabeza que les nació
globalizada antes de que alguien se atreviera a discernir a ciencia cierta eso
que significaba. Porque hay hombres que nacen para ir adelante de su tiempo,
artistas con máquinas de escribir o de fotografiar, destinados a enseñarnos el
mundo con sus ojos. Colombianos de nacimiento y ciudadanos del mundo por vocación
como Leo Matiz y Gabriel García Márquez.
Esta muestra
fotográfica es un abrazo, un abrazo profundo entre dos amigos llenos de puntos
de convergencia en el trasegar vital y en la creación, dos humanistas que
reconocieron en la exaltación de la dignidad y la fuerza humana una angular
motivación. Sinergia de motivos que partiendo de lo propio se hicieron
universales gracias a la terquedad técnica, el riguroso compromiso y una
absoluta convicción de una vida al servicio de una pasión.
Leo Matiz es uno
de los más grandes fotógrafos de la América Latina del siglo XX. Nacido
trashumante -venido al mundo textualmente mientras su madre viajaba en un caballo- exploró con su lente la emoción humana desde Palestina hasta México, de guerras a fiestas… Audaz hasta el tuétano registró -herido de bala- el 9 de abril de 1948 en Bogotá, y retrató -herido de amor- a María Félix en Ciudad de México.
trashumante -venido al mundo textualmente mientras su madre viajaba en un caballo- exploró con su lente la emoción humana desde Palestina hasta México, de guerras a fiestas… Audaz hasta el tuétano registró -herido de bala- el 9 de abril de 1948 en Bogotá, y retrató -herido de amor- a María Félix en Ciudad de México.
Un fotógrafo
mayúsculo, parte de la más brillante pléyade de creadores que ha tenido nuestro
continente en el siglo anterior, y cuya grandilocuencia estética a penas empezamos a entender en esta tierra suya, donde es profeta desde el estatus que se le da solo a los más grandes: la inmortalidad.
continente en el siglo anterior, y cuya grandilocuencia estética a penas empezamos a entender en esta tierra suya, donde es profeta desde el estatus que se le da solo a los más grandes: la inmortalidad.
Siete años antes
de que Gabriel José de la Concordia García Márquez enviara a editorial Sudamericana
en Buenos Aires, Cien años de Soledad, Leo Matiz, ya había disparado la más
reciente de las imágenes que en esta muestra presentamos. Justamente, -y no por
gratuidad- en el que es la última morada del escritor; pues sin duda no hay
mejor homenaje al gran autor que ofrecerle una cita con las imágenes que
demuestran que como lo aseguró en Vivir
para contarla: “No hay en mis novelas una línea que no esté basada en la
realidad”.
Una realidad que
se nos releva retina a retina, en policromía de grises, embestida de negros y
ballet de blancos, a manera de espejo de almas sensibles que venciendo la peste
del olvido y bajo el sortilegio de esta
cámara mágica, se permiten soñar con la pensión del Coronel y los amores de
Petra Cotes… Mientras un orfebre martilla los pecaditos de oro para Remedios,
que a la voz de circo y malabar, nos lleva de la mano por el río de huevos
prehistóricos y las casas de caña brava, para arrojarnos enajenados de
ensoñación a una parranda vallenata de esas que con Escalona, Zapata Olivella,
Rojas Herazo, Ibarra Merlano, Zabala, Cepeda Samudio, el Mago Dávila y hasta
Mutis, hemos aprendido a interpretar como el fogón donde se han cocinado
amistades que más allá de la vida, en las artes, nos revelan de cuando en
cuando porque a José Arcadio Buendía se le ocurrió la fantástica idea de fundar
Macondo y ponerle como padre y testigo a un par de cataqueros que nacidos
dibujantes y andariegos, se hicieron escritor y fotógrafo para gloria de la
cultura del planeta.
Más allá del
simple juego de la interpretación deliberada, el puñado de imágenes que
conforman esta muestra -de la inmensa producción de Matiz- son una selección de
piezas que confirman la impresionante lucidez estética del autor, logrando
-desde el oficio de la reportería gráfica- fotogramas con una exhuberante
capacidad de conmoción, favoreciendo una empatía mística con cada personaje,
con cada escena, permitiéndonos la alquímica experiencia de realmente habitar
Macondo, un Macondo hecho de Aracataca, Zona Bananera, Cartagena, Barranquilla,
Ciénaga, entre otros territorios, – tal cual el de García Márquez- pero bajo el
savoir faire del seductor del lente, el cazador de emociones, el
prestidigitador de luces y almas indómitas: Leo Matiz.
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