HÉROES DE VERDAD


POR: María del Pilar Rodríguez
Twitter e Instagram: @mapyrosa

Parece estarme viendo, de la mano de mi madre, mientras entre volantes un joven de ojos claros y piel canela entraba en ese lugar mágico donde todo era luminoso y bello. En el fondo, contra un blanco infinito, entre dos luces gigantes y una especie de paraguas invertidos, había una mujer que acentuaba su silueta de sirena con un cinturón ancho de hebilla enorme, luciendo un atuendo que mi mamá solía llamar: “de última moda”.

Su voz y el clic de la cámara en sus manos, lo gobernaban todo. Era como si en su garganta viviera el genio de la lámpara de Aladino. Párate así, camina hacia allá, quiero otro vestido, cambien el maquillaje, esa pose no me gusta. Todo lo que ella decía era una orden imposible de contradecir y eso me hipnotizó.

El joven con sus hermosos vestidos -con una elegancia de esas que no se olvidan-, le mostraba uno y otro y otro atuendo. Y ella, la amazona de la cámara, lo llenaba de elogios revisando el acabado de cada prenda en un examen aparentemente frugal, pero con intensidad de conocedor.

Yo era una niña, una niña pequeñita, no alcanzaba los 8 años, y permanecía embobada en la misma silla donde me había ubicado mi madre; observando esos seres que configuraban una cinematografía enajenante que me marcó para siempre.

Para ese entonces Fabiola Morera -la esposa de un primo de mi madre, pero, que siempre he asumido como mi tía-, era la corresponsal de la revista Vanidades en Colombia, mi madre: Nancy Saumet, tenía una casa de modas y era miembro de la Asociación Colombiana de Diseñadores, entonces en mi casa, la moda, el periodismo, la fotografía y la vida eran un poco lo mismo.

Crecí entre la literatura y el teatro -inculcados por mi padrastro- la moda y el diseño inculcados por mi madre, en combinación con una obsesión por las artes plásticas que puede venir un poco de mi padre, y otro tanto porque todo el mundo viene con su locura incluida.

Los volantes blancos lucían en aquella modelo como alas de hada y ante el impacto del flash, más brillantes que polvo de campanita, en una amalgama que construía la historia de la moda colombiana de cara al mundo en los años 80, todo, ante mis ojos infantiles. La fotografía entró en mi torrente sanguíneo como la pasión que es hasta hoy. El diseño, en su más auténtica acepción se convirtió en uno de mis divertimentos favoritos y el arte… De eso ya hablo con demasiada frecuencia…

La infancia marca, eso es definitivo, pero solo quizá comprendemos que tanto, cuando ha pasado el tiempo suficiente para dimensionar lo vivido y el impacto que ha tenido en nuestras vidas.

Vida, historia, experiencia que me ha permitido el privilegio de reencontrarme con estos seres, de hablar con ellos largamente y reconstruir aquellos años donde ellos forjaban los cimientos de su trayectoria, y yo, observándolos, le daba piso a los que aún no sabía serían mis sueños.


La fotógrafa: Dora Franco, el diseñador: Carlos Arturo Zapata. Ella con sus imágenes llegó a las
portadas y editoriales de moda soñados en Estados Unidos y él hizo de España la plaza de sus amores, convirtiéndose entre otras en el modisto de Rocío Jurado.

Carreras que cuando despegaron de nuestro país salieron del panorama al que podía acceder -no eran tiempos de internet- pero jamás desaparecieron de mi recuerdo, pues ellos, los que se inventaban ese mundo mágico, ahí, mientras los veía sentada en mi sillita, se convirtieron en dos de mis héroes, de esos seres que hacían con sus manos algo digno de aplauso universal.

Y de pronto, en un chasquido de dedos pasaron los años y la vida me puso enfrente a Carlos Arturo Zapata en Cartagena. Creo que fue en una fiesta cuando me encontré con esos inolvidables ojos de mi infancia. Quienes me conocen, saben que la prudencia no es lo mío, pero me contuve y discretamente hablé con él, pero… La admiración me ganó. Más, el día en que por primera vez lucí un diseño suyo. Era tal cual el cuento de hadas, pero yo no tenía hada madrina sino príncipe diseñador, y el vestido no desaparecería a la media noche… Simplemente el generoso Dios universal había decidido que merecía más de lo soñado, y me dio además el tesoro de su amistad. La amistad no solo de un grande del diseño en Colombia, si no de un grande de mi corazón infantil, algo de índole brutal.


Han pasado 30 años desde aquel primer día en que la vi fotografiar, pero la emoción es quizá más
aguda que en aquella oda angélica, quizá por la consciencia que dan los años o la fuerza de lo que no se puede olvidar…

Lo decidí, una mañana amanecí valiente ubiqué su número y la llamé, la calidez al otro lado del teléfono me indicó que era real. Estaba hablando con Dora Franco. El tributo era necesario, no como el halago gastado de fiesta elegante, sino como una necesidad, no solo por lo que le debe la fotografía colombiana, sino por lo que le debo yo misma: la primera y definitiva cita con el arte de fotografiar.  

Una edición de la Revista Enfoque Visual -donde soy editora asociada- dedicada a 9 de las más importantes fotógrafas colombianas. Un reto excepcional, que me permite como profesional compartir el tesoro que es la historia de estas nueve mujeres, pero además me da la oportunidad de cumplirle a la niña que aún me habita, que soñó más de una vez ser grande para entrevistar a esa que capturaba portadas con una gestualidad de femme dominante, de creadora en libertad.

Amalgama de anécdotas que me llenan en todo de gratitud, pero que, por demás, me hicieron urgente la necesidad de convertir en párrafos esta historia. Que, siendo muy mía, pienso vale la pena compartirla en tiempos de héroes efímeros he historias de estrellatos instantáneos e imitación frente a la autenticidad, pues toda sociedad y toda vida debería siempre volver a mirar el rostro de sus héroes, su historia y recorrido para recuperar el aliento y seguir adelante tras la zapatilla de cristal.

Trasegar vital en el que sonriente y emocionada, tras haber hablado horas con Carlos Arturo y organizando archivos de Dora, me siento premiada por la vida porque me ha dado la oportunidad de un reencuentro con mis héroes, con sus 30 años de exitosa historia, esos mismos que me permiten decir orgullosamente que mis héroes si son de verdad.

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