EL VERDADERO SECRETO DE LOS GARCÍA MÁRQUEZ
La historia de la que parecía virtud exclusiva del Nobel y que
descubrí es habilidad compartida y familiar.
Con Jaime García Márquez en el 2007 / Museo de Arte Moderno de Cartagena |
“Gabito parece hijo de purina”, dijo hace décadas un buen día Gabriel Eligio García Martínez, para hacerle ver al mundo que parecía que uno de sus hijos hubiera sido criado solo por su madre y la fuerza de hombre se la hubiera dado un concentrado…. Una expresión que la historia ha comprobado, no obedece a que Gabriel José García Márquez no quisiera a su padre, si no porque a fuerza de contar tanto quién era su abuelo y su madre, no dejó espacio en su legado para aclarar finalmente quién fue su papá, por lo menos para aquellos que no lo ven claramente retratado en un par de románticos apartes de EL amor en los tiempos del cólera.
Gabriel Eligio
fue Médico Homeópata autodidacta, violinista, telegrafista, Poeta irredento y
padre de 15 hijos: Abelardo y Carmen Rosa; concebidos antes del matrimonio,
Antonio y Germaines Hanai (Alias Emi) – traídos al mundo fuera del matrimonio,
posteriormente acogidos por su esposa al
pasar de los años- y como fruto de su matrimonio: Luis Enrique, Margarita,
Aída, Ligia, Gustavo, Rita, Jaime, Hernando, Alfredo, y en las dos puntas –al
principio y al final respectivamente-, dos extensiones de el mismo, dos
Gabrieles –para no quedarse sin un tocayo en la casa-. Al principio Gabriel
José y al final Eligio Gabriel, las dos plumas más reconocidas de la familia; uno
que lo hizo invisible y otra que le devolvió el protagonismo, la gran
diferencia la hizo la historia: le dio el Nobel a uno y al otro no.
Han pasado
décadas, ya Gabriel Eligio murió y cada uno de sus vástagos hizo su vida, cosechado
familia y logros importantes en su quehacer… Sin embargo, todos, absolutamente
todos –incluso el mismo- a la sombra del Premio Nobel de literatura: Gabriel José
de la Concordia García Márquez, quién se invento Macondo a punta de tejer los
recuerdos de la infancia entre 15 hermanos y la costumbre familiar de estar
“armando bololós” –como dice Jaime su hermano-, y eso sí, capitalizando un
oficio que los hijos del telegrafista de Aracataca, conocen muy pero muy bien.
Hablar de la familia García Márquez es una tarea que está de moda hace
un tiempo… Ahora resulta que cuando el nobel ya no nos acompaña físicamente, es
todo un honor escribir, investigar sobre su familia, hasta el punto de disertar científicamente el porque en Cien años de soledad se asegura
que un hijo entre primos sale con cola de puerco.
Encontrarles la quinta pata a los García Márquez… Una misión que ha
enajenado a escritores de talla mundial como Gerald Martin y cautivado a
pintores, fotógrafos, ex presidentes norteamericanos, poetas y hasta periodistas
de farándula, en un desmande sin parangón en la historia colombiana.
Aseveraciones rimbombantes, basadas en una familia sencilla y alegre que hoy
por hoy navega en una dinámica de vida en la que los quieren ver como los
personajes de Cien años de Soledad, ó la fuente del chisme pendiente sobre el
Nobel.
Los García Márquez son una familia caribe, con su frescura y sus vericuetos,
con la soltura de la gente que creció a sus anchas, sin tanta ropa encima, ni
tanto pelo en la lengua, una familia criada alrededor de cuentos mayores, un
entorno donde todo es posible mientras sea susceptible de ser contado… Muy bien
contado.
”Uno termina siendo lo que la gente cree que es uno”, dijo alguna vez Gabito… ¡Y vaya si eso es verdad!, sobre todo cuando mucha gente en el planeta anda tratando de saber quién es uno, para que mucha otra gente asuma su versión como verdad.
”Uno termina siendo lo que la gente cree que es uno”, dijo alguna vez Gabito… ¡Y vaya si eso es verdad!, sobre todo cuando mucha gente en el planeta anda tratando de saber quién es uno, para que mucha otra gente asuma su versión como verdad.
Lo que también es cierto es que si lo que la gente escuchara sobre
Gabriel García Márquez fuera dicho de voz de su hermano Jaime, la imagen del
escritor encumbrado, distante, intelectual y duro se hubiese hecho migas y
todos hubiésemos corrido ad portas de la casa de Gabito en México para darle un
abrazo por ser así, como lo retrata su hermano; tan divertido y desparpajado que,
en vez de pedirle una dedicatoria en un libro, provocaría invitarlo a una
cerveza en el andén más cercano.
Sin embargo, la historia es otra, ese hermano descomplicado a veces
parece que no existió; o mejor dicho la fama, el dinero, los chismes y la opulencia
lo hicieron inalcanzable. Las fuentes que lo retrataron en el imaginario
colectivo mundial han sido diferentes de la casa materna y los escritores y los
medios han hecho de la reputación de los García Márquez, un tinglado que
amenaza hasta al mismo Macondo…
La gente sigue indagando, los medios de comunicación no paran, la
Fundación Nuevo Periodismo sigue funcionando; esta misma mañana otro jóven en
el mundo abrió por primera vez sus ojos ante Cien años de soledad, la vida continúa
y los García Márquez están ahí tranquilos, andando en un camino donde algunos
como yo, contamos con la suerte de atravesarnos para gozar de la fuerza del
espíritu que realmente los habita.
Al sonar de las copas, hay una voz entre dulzona, caribe y viril que me
camina por el cuello. Un hormigueo extraño sube hasta mi oído y me hace reír.
No hay duda, por esos lares anda ese que, excusado en la reputación de escritor
de su hermano, se ha librado del yugo de tener que usar el escribir para hacer lo
que en los García Márquez es natural y fortuito: el saber contar las cosas.
Habilidad que para mi gracia se desparrama en mi presencia, en la voz de Jaime
García Márquez.
“Resulta que tocó arreglar los muebles y se los llevamos a un tapicero
que prometió entregarlos el 2 y llego el 20 y ni razón de ellos…”. Estas
palabras parecen el inicio de una narración doméstica sin importancia que
podría hacer sufrir a cualquier ama de casa, destellando en angustia por la
ausencia de sus muebles, matando su pena mientras se la trasmite a sus amigas
en el supermercado. Pero no, la escena es muy distinta, de hecho, casi
antagónica…
Seis hombres posesionados de la mesa de un bar, Whisky en mano y virilidad en pecho, se encuentran hipnotizados oyendo al juglar contar la historia de los muebles que de su casa se habían ausentado después de una especie de secuestro al que fueron condenados, una vez entregados a un tapicero incumplido, que mantuvo en veremos parte del patrimonio familiar. Un crimen que nos hizo un favor: dejó que éste García Márquez, el que no sabe –según él- ni escribir cartas de amor, refrendara mi teoría de que eso de saber contar los cuentos no es cosa de la pluma de su hermano, eso es cosa del apellido ó de eso que llaman genética.
Ya mi memoria casi alcanza a perder la cuenta de las veces que me he
quedado petrificada ante los cuentos del hermano sánduche –un sustantivo con el
que él se autorretrata y que yo todavía no entiendo muy bien-. Son muchas las
historias que en su voz se vuelven mágicas, así retraten solo los eventos más
simples de nuestro entorno caribe. Un contexto que a veces resulta hasta
risible si uno se pone a pensar en cada uno de los miembros de su famoso grupo
familiar, y se analizan desde estos cuentos que yo catalogo, entre otras cosas,
como una parodia analgésica para estos días postmodernos.
Que cuando mi mamá se trajo a Toño a vivir con nosotros, que era un hombre apuesto, igualito a su papá, que las ocurrencias de Ligia, que los cuentos de Aída, los poemas de Gustavo, los libros de Eligio Gabriel, las insólitas respuestas de su madre, la sabiduría de su padre, la estatura de Abelardo y las aventuras de Gabriel José… Escuchar a éste Ingeniero Civil, hablar – titulado Ingeniero Cultural por la dignidad de su hija Patricia Alejandra a los 12 años-, es una de esas aventuras que se emprende sin un porque aparente, solo movido por una atracción indescriptible que alerta la imaginación y lo pone a uno a navegar al ritmo de la voz del que dibuja con maestría la escena en cuestión.
Que cuando mi mamá se trajo a Toño a vivir con nosotros, que era un hombre apuesto, igualito a su papá, que las ocurrencias de Ligia, que los cuentos de Aída, los poemas de Gustavo, los libros de Eligio Gabriel, las insólitas respuestas de su madre, la sabiduría de su padre, la estatura de Abelardo y las aventuras de Gabriel José… Escuchar a éste Ingeniero Civil, hablar – titulado Ingeniero Cultural por la dignidad de su hija Patricia Alejandra a los 12 años-, es una de esas aventuras que se emprende sin un porque aparente, solo movido por una atracción indescriptible que alerta la imaginación y lo pone a uno a navegar al ritmo de la voz del que dibuja con maestría la escena en cuestión.
Es increíble que sin comas, ni puntos, ni comillas ni nada de los
habituales yugos ortográficos y de puntuación que vivimos los que escribimos;
este hombre logre poner a cualquiera a tono con su charla de una manera tan
magnética que es difícil de creer; hasta que uno no ve a un poeta, un mercader,
un filosofó, una modelo y dos intelectuales, completamente extasiados por la
charla que puede tocar desde la fundación del festival vallenato, hasta los
orígenes de Crónica de una muerte anunciada.
Recientemente lo sacan hasta en la televisión, gracias a un paseo súper divertido que construyó en Cartagena para compartir con los amigos; persiguiendo los lugares en los que su hermano dijo haberse inspirado para escribir El amor en los tiempos del cólera y que ahora resulta ser un atractivo turístico llamado “La Ruta García Márquez” y que cualquier día va a terminar siendo un paquete de agencia de turismo; gracias a ese libro que hace poco estuvo nuevamente en boga, a raíz de una película donde el mismo terminó siendo extra, muerto de la risa y del calor, porque para él eso de ser hermano de un Nobel parece no existir. Jaime continúa gozándose la vida como viene, como cualquier cristiano que tiene hermanos que escriben y punto.
Recientemente lo sacan hasta en la televisión, gracias a un paseo súper divertido que construyó en Cartagena para compartir con los amigos; persiguiendo los lugares en los que su hermano dijo haberse inspirado para escribir El amor en los tiempos del cólera y que ahora resulta ser un atractivo turístico llamado “La Ruta García Márquez” y que cualquier día va a terminar siendo un paquete de agencia de turismo; gracias a ese libro que hace poco estuvo nuevamente en boga, a raíz de una película donde el mismo terminó siendo extra, muerto de la risa y del calor, porque para él eso de ser hermano de un Nobel parece no existir. Jaime continúa gozándose la vida como viene, como cualquier cristiano que tiene hermanos que escriben y punto.
Haciendo uso siempre de un bajo perfil, miembro de familia sin igual,
siempre está pendiente de los hermanos, los sobrinos, los primos y los primos
de los primos… En el convergen las historias familiares gracias a su
adsequibilidad inconfundible y esa soltura deliciosa que tiene para decir las
cosas, eso si, mientras no sean en beneficio propio, porque para lo único para
lo que no usa los dos apellidos es para el mismo.
Normalmente se presenta como Jaime García. Si no fuera porque ahora hasta los cantantes
lo vienen a buscar para hablar de su hermano Gabito, nadie sabría cual es su
segundo apellido. Sin embargo, el tiempo y su posición como Vicepresidente de
la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano le ha enseñado que usar los dos
apellidos sirve para hacer eso que tiene de hobbie: abogar por cuanto creador cultural
talentoso se le acerca… Que los derechos para una obra de teatro, que los permisos
para que me dejen hacer tal película en ésta calle, que un contacto para que me
ayuden a sacar el proyecto… Toda una variedad de peticiones que en Jaime
encuentran como mínima respuesta una sonrisa que le devuelve el ímpetu a
cualquiera para seguir empujando su propia utopía.
Fotografía: Mauricio Vélez |
” En el 2001 dos de mis hermanos escribieron en 365 días dos obras que
sumadas dan mil páginas … Eso es algo que los críticos y los medios no han
dicho”, dice Jaime como quién trata de comentar una anécdota cualquiera sobre
sus hermanos; sin tener en cuenta la magnitud de lo que eso representa, se
trata de dos grandes obras de la literatura contemporánea colombiana: Vivir
para contarla de Gabriel García Márquez y Tras las claves de Melquíades de
Eligio Gabriel García, quién rebanó su nombre público evitando usar su segundo
apellido, quizá para evitar comparaciones innecesarias, que a la larga salen
sobrando, sobre todo si haciendo honor a la verdad y sin el yugo mediático del
Nobel, se le da a cada Gabriel lo que es de él…
Después de la generación de los hermanos de Jaime, viene una generación
muy interesante de los García Márquez, muchos de los cuales comprimieron los
dos apellidos de sus padres y tíos en uno solo para preservar la tradición, es
el caso de Patricia Alejandra – hija menor de Jaime- que se llama Patricia
Alejandra García-Márquez Munive, y de Luis Carlos, que firma igualmente Luis
Carlos García-Márquez Moreli. Parte de una generación donde las tradiciones no
se han perdido, pero en la cual se sienten mucho más libres de desprenderse del
tema del Nobel. Algunos como Esteban trabajan alrededor de obras de su tío,
otros como David disertan en secreto sobre las inclinaciones políticas de la
familia, otros por el contrario se mantienen al margen y así unos y otros se
van multiplicando en ubicaciones y profesiones, eso sí sin dejar nunca eso que
llevan adentro y que los hace representantes de una casta caribe, creativa muy
particular.
Jaime es hoy por hoy el tío encuentro, a su alrededor pululan los sobrinos,
tanto que un día inventó reunir los que tenía en la costa y le tocó mandar a
cerrar un bar para sentarlos a todos. Su casa es refugio del que llega, los
recuerda a cada uno en su dimensión, aunque tiene por supuesto afectos y
deferencias especiales –aunque no guste de aceptarlo en público-, lo cierto es
que su contacto con ellos es una de las cosas que garantiza que esa magia que
cada uno de sus hermanos trasmitía y transmite –con la voz ó con la pluma-
permanezca viva en ésta generación y en próximas… Para que esa costumbre familiar
de estar “echando cuentos”, no se pierda, y se pueda decir que el rincón guapo
–título que le dieron en la familia a la costumbre de reunirse a contarse los
cuentos- no muera como un dato histórico, si no que se reinvente con los años
como una tradición familiar viva, una tradición no del Nóbel de Literatura, si
no como el verdadero secreto de los García Márquez.
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