Diana Beltrán: deconstrucción visual del estar vivo

 Un acercamiento curatorial a la exposición que hasta el 12 de septiembre estará en la Galería Adrián Ibáñez en Bogotá.

Fuente: Archivo de la artista

Por: María del Pilar Rodríguez

Deconstruir, es una palabra de la que con frecuencia dudo porque la siento gastada, maltrecha y desfigurada después de haber sido impuesta en todo tipo de diálogos, como una moda incomprendida pero repetida hasta el cansancio. Sin embargo, más allá de su origen filosófico y su reciente malversación es el vocablo exacto para sin temor a la redundancia: retratar a la retratista Diana Beltrán.

Retratar es el acto de transcribir las características de un individuo a través de diversos recursos, entre los cuales para los contemporáneos parece el más obvio la fotografía. Actividad que en tiempos de la proliferación indiscriminada y la normalización cliché de la “selfie” parece imposible arrancar de lo cotidiano para darle un cariz más profundo, aunque es justamente en esa ruptura de supuestos en la que muchos creadores encuentran su impulso. Como es el caso de esta artista visual bogotana, formada en la Universidad Nacional de Colombia, que, armada de su cámara fotográfica y la máquina para recortar fotos de pasaporte que tenía su padre, empezó un camino de exploración de otras maneras de representar lo humano, lo femenino: lo propio.

Y es que eso de mirarse a uno mismo en rotunda honestidad no es nada fácil, menos en la era de los estándares a imitar gritando al oído 24/7 desde los dispositivos que tenemos en el bolsillo, y mucho menos aceptar que nos hemos convertido en unos perfectos desconocidos de nosotros mismos, o por lo menos que estamos muy lejos de reconocer en lo que la velocidad y las dinámicas sociales, personales e históricas actuales nos han convertido.

Fuente: Archivo de la artista

Acto de reconocimiento en el que Diana Beltrán lleva años sumergida planteando retratos que nacen del cuestionamiento, fragmentación y reconstitución de la imagen de lo humano. Propuestas que en esta oportunidad en la exposición que hasta el 12 de septiembre tendrá en la Galería Adrián Ibáñez en Bogotá, tienen un tinte más onírico que incluye en su propuesta la soledad, la nostalgia, la melancolía, el abandono y la reinvención. Múltiples imágenes que tienen como imperativo un efecto espejo sobre el espectador que, cautiva e incluso impulsa emociones variadas que despiertan el ímpetu libertario, sed de abrazos y hasta vértigo.

Beltrán en esta muestra se desnuda de la manera más compleja de todas: desde la sinceridad del alma. No oculta sus angustias y por el contrario muestra sin ambages sus ansiedades y pérdidas, al tiempo que nos permite ser testigos de su determinación de sobreponerse y fortalecerse frente a lo siniestro.

Colección de obras prevalentemente femeninas construidas con ensamblaje fotográfico y/o construcción de imágenes con alfileres, que tienen como herramienta fundamental la luz, no solo en lo técnico, sino especialmente en lo conceptual; en tanto Diana Beltrán insiste en iluminar los aspectos que pasamos por alto de nuestra naturaleza como actuales divagadores del inmediato, ansiosos consumidores de endorfinas electrónicas y expertos mitigadores de las expresiones emocionales espontáneas.

En la era de las actitudes, poses e imagen calculada, la obra de Diana Beltrán se constituye

Fuente: archivo de la artista.

en un refrescante, ingenioso y útil ejercicio intelectual y sensible para re-conocernos, sobre todo en el caso de las mujeres que tenemos tan poco tiempo de existir en mediana libertad, y que frente al vértigo que muchas veces eso genera, es mucho lo que aún nos falta por comprender de nosotras mismas, creadoras por mandato natural.

Como es costumbre en el trabajo de esta artista, la factura es impecable y la dedicación al detalle se confirma como uno de sus imperativos técnicos. Particularidades que hacen parte no solo de su impronta visual, sino de la metodología mediante la cual carga emocionalmente cada una de sus piezas.

Teme, siempre que converso con Diana Beltrán no puede evitar el temor a sentir repetirse, a no ser suficientemente buena, aunque reconoce su talento. Y es justamente en esa autoevaluación a veces cruel que mantiene, en donde se encuentra uno de los grandes bastiones de su creación y el progreso de la misma. Lo afirmo habiendo sido testigo de un puñado de años de su trabajo en el que ha sido leal a sus motivos, ha avanzado con cautela en la expansión de su técnica y ha acertado con la sinceridad que la hace siempre tan cercana en resultados y mensajes, embarcada en una temática enorme que confío nos siga deparando favorables sorpresas: deconstrucción visual del estar vivo.

 

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