EL MUSEO NACIONAL DE COLOMBIA LLEVA A ABDU ELJAIEK EN EL CORAZÓN
POR: María del Pilar Rodríguez
¡Al
fin tengo un tocayo! Dijo con esa expresión de niño sorprendido que a sus 86
años aun le sale natural.
Abdu Eljaiek por: Esteban Eljaiek |
Natural, como el verde que ahora observa en medio del jardín del antiguo panóptico
bogotano, a la espera, en ese medio que le es tan cercano
últimamente, en las tardes del retiro que ocupa en salir a fotografiar
hojas y flores ad portas de su apartamento. Quizá, con un paso más lento, pero, con la pericia
técnica intacta, con la economía del disparo al dente: máximo tres por toma. La
dosis exacta para hacer lo que mejor hace: decir la verdad.
Tanto
en su oficio como en la vida, carece de filtro. Lo suyo es ver, capturar y
sobre todo ser, en consonancia con lo que cree, con todos los claroscuros incluidos.
Desde la denuncia ambiental, hasta el retrato de artista, pasando por ríos,
valles y montañas.
Los niños, los jóvenes, los viejos de su lente son un canto a lo auténtico, a eso que a él le parece tan cándidamente posible como artilugios mentirosos ofrece la contemporaneidad.
Los niños, los jóvenes, los viejos de su lente son un canto a lo auténtico, a eso que a él le parece tan cándidamente posible como artilugios mentirosos ofrece la contemporaneidad.
Desnuda,
desnuda está la mujer en la pintura en el ala derecha del segundo piso del
coloso museal, la mira con la devoción que siente por el arte, combinada con la
tranquilidad presta con la que hizo historia en 1968 creando y exponiendo la primera
colección de desnudos fotográficos artísticos -en la era de la modernidad nacional-.
Se sienta un momento, no tanto por el cansando de su delgada figura de
explorador , como por su adicción por el detalle: por observar.
Se
le ve cómodo entre los pasillos del museo: entre venerables del arte se
entienden, saben lo que es tener tanto que contar… Se estrella con su propio
trabajo colgado en los muros de la colección permanente, toma un pequeño
respiro, no puede ocultar una gota de orgullo y una esquirla de regocijo, la
ternura emerge de su expresión. Narra en todo detalle y sin equivoco alguno el
año y la locación de cada fotografía. Esta cita a ciegas con el mismo, es
evidente lo llena de alegría.
Observa
con detenimiento los trabajos de sus compañeros de oficio y generación,
identifica la propuesta de cada uno, exalta su valía individual sin guardarse
un milímetro de admiración. Él cree en la camaradería, en el compañerismo, en
la co-creación.
Conversando con Abdu Eljaiek en el Museo Nacional de Colombia Fotografía: Esteban Eljaiek |
Sandra Vargas, alumna de Abdu Ejaiek, tomándonos una fotografía. |
Juega
con el reflejo en una de las vitrinas, una de las cosas que más le gusta hacer
en el mundo: encontrar la imagen en otra imagen, desde su amada Villa de Leiva
pasando por París, Varsovia, Washington, California, Ciénaga, Cartagena,
Medellín o Chocó...
Abdu Eljaiek fotografiando a Rodrigo Obregón. |
No
se asume ni como retratista, ni paisajista, ni reportero gráfico, ni artista ni
documentador. Es un fotógrafo a secas que ha hecho del paisaje su motivo, de
los personajes su desafío, de la memoria su objetivo, de la naturaleza su razón. Con una cámara al hombro y una sed de imagen que no le da descanso ni siquiera
hoy, en la época de las exposiciones retrospectivas, los homenajes, los libros
y las entrevistas que le piden razones para ese quehacer que aprendió siendo su
propio instructor, gobernado por eso que no le borra del rostro el gesto satisfecho
de quién se sabe ha vivido al servicio de su gran pasión.
Justo
antes de partir, su alumna no ha resistido las ganas y le ha tenido que soltar
en tierna desbandada una confesión: entre todos los importantes representantes de la imagen que hacen parte de la colección de arte, se ha tomado la libre elección, de darle por nombre a uno de los
reyes de estos jardines, -una de las mascotas oficiales del museo-, en honor al blanco y negro de su pelo gatuno, un
nombre raro, uno que no tenía igual en este terruño: Abdu. Quizá solo
para recordarle al fotógrafo que es un grande, un grande de la fotografía
colombiana que tiene ahora un adorable tocayo cubierto de pelos, jugando al escondite con el
sol, fiel al blanco y negro que los une y es su razón para que a nadie se le olvide que Abdu
Eljaiek no solo está en los muros del Museo Nacional de Colombia, si no en su
corazón.
Imagen cortesía Museo Nacional de Colombia |
El más grande ilusionista de las imágenes por medio de su lente magistral, guiado por su alma libre. El mejor
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